Claves
Lo que Facebook ha hecho con las noticias
Por @cdperiodismo
Publicado el 10 de enero del 2017
Por Diego Salazar (*)
Desde que a principios de la década de los 2000 Apple cambiara para siempre la industria musical, muchos nos hemos preguntado ¿por qué no ha ocurrido lo mismo con la industria de medios, por qué no han aparecido un iPod y un iTunes para las noticias?
El problema fundamental con esa pregunta es que lo que en realidad estábamos preguntando es ¿por qué no hay un gadget o una app que permita a la gente pagar por artículo en lugar de por el periódico completo? Sin atender a los cambios más profundos que se produjeron en la industria musical.
De hecho, la pregunta está tan mal concebida, que pasábamos por alto que la dichosa app ya existe. Se llama Blendle,
Pese a que en agosto de 2016, su cofundador Alexander Klöpping anunció en la página de Medium de la empresa que habían alcanzado la mágica cifra de un millón de usuarios, puede decirse que el impacto de Blendle en la industria de medios es cuando menos discreto: su app en inglés sigue en Beta desde que apareció en marzo de 2016, si uno quiere utilizarla debe anotarse en una lista de espera, su cuenta de Twitter no alcanza los tres mil seguidores, ni Klöpping ni nadie ha vuelto a publicar nada en esa página de Medium desde entonces… Si esta es la revolución que cambiará nuestra industria, los usuarios no se han dado por enterados.
La razón por la que Blendle o cualquier otra app no será el “iTunes del periodismo” es porque ya hay uno. Se llama Facebook y ha hecho con las noticias lo que Apple hizo con la música. Como argumenta Simon Reynolds en su libro Retromania: Pop Culture’s Addiction to Its Own Past, “con la llegada del MP3, la música se convirtió en una moneda devaluada en dos sentidos: porque hay demasiada (como cuando durante una hiperinflación los bancos imprimen demasiado dinero), pero también por la forma en que esta circula en la vida de las personas como una corriente o flujo. Esto ha hecho que la música parezca un utility (como el agua o la electricidad) en lugar de una experiencia artística a cuya temporalidad debíamos sujetarnos. La música se ha convertido en un suministro continuo”. De forma similar, el flujo constante e infinito que supone Facebook ha hecho que lo que antes llamábamos noticia y hoy conocemos como contenido pierda su valor intrínseco -su valor informativo- para pasar a ser una mera forma de entretención.
Porque contenido son también las fotos de los bebés de nuestros amigos, el último video de gracioso de gatitos o la airada queja de un cliente insatisfecho con una marca o servicio X. El caudal de contenido es tan grande que, para no perder relevancia y/o presencia, para poder producir más contenido e intentar luchar por la atención de los usuarios, los medios noticiosos han debido rebajar sus estándares y redefinir lo que consideran una noticia. De ahí, por ejemplo, todos esos artículos que no son sino menciones a contenido producido por otros usuarios en redes sociales (una foto, un video, una declaración de rabia o amor, lo que sea) sin que el más mínimo proceso de comprobación periodística haya tenido lugar. La supuesta demanda informativa es tal que no hay tiempo para eso. Los medios y los periodistas no somos inocentes, por supuesto. Alguien ha tenido que encargar y redactar todo ese contenido de dudosa calidad que inunda nuestro timeline y compite por nuestra atención, sin importar ya no solo su valor sino incluso su veracidad. La mayoría de medios ha dejado de producir artículos noticiosos -o a producirlos en una pequeña proporción- para convertirse en mero altavoz de lo que hacen los usuarios de redes sociales con la esperanza de así atraer a otros usuarios de redes sociales. Lo más triste es que a muchos de quienes toman las decisiones no solo se les escapa la ironía sino también el sinsentido de ese supuesto modelo de negocio.
La música se hizo ubicua e infinita gracias al iPod y iTunes, Facebook ha hecho lo propio con la información. En ambos casos, la calidad técnica del producto ha decaído, pero a casi nadie parece importarle. Como demuestran la historia de la tecnología, la conveniencia siempre se impone ante la calidad. Cuando la música era una experiencia compartida con otros y escucharla pasaba por sumergirse en ella, su valor técnico se encontraba relacionado con su capacidad de ayudarnos a alcanzar, entre otros, esos objetivos. Gracias al iPod primero y luego al iPhone (y a todas las aplicaciones que han hecho y los han hecho posibles), la música hoy es sobre todo una experiencia personal y su función es actuar como una suerte de banda sonora de nuestro día a día. Si en ese trance se pierde fidelidad y complejidad de sonido, como en efecto ocurre, como sociedad hemos decidido que es un pequeño precio a pagar por el acceso y comodidad que la nueva tecnología ofrece. Esto no es mejor ni peor desde el punto de vista del usuario, es diferente. Pero es absurdo negar que la manera que tenenos de relacionarnos con un medio o un tipo de contenido no altera la naturaleza y modos de producirlo, así como la forma que tenemos de valorarlo.
De forma parecida, las noticias, hoy convertidas en contenido en el reel infinito de nuestras redes sociales -principalmente Facebook- no son medidas ya por su valor informativo -para empezar, ese valor informativo debería estar asentado sobre la veracidad de la noticia- sino por su capacidad de llamar nuestra atención o de entreternos. Además, de forma parecida a nuestra biblioteca musical de iTunes o a una lista preseleccionada de Spotify, el flujo de contenido que aparece en nuestro timeline está seleccionado para agradarnos de antemano, encerrándonos en una burbuja parecida a la que construyen nuestros audífonos mientras caminamos por la calle.
Por supuesto, existen fanáticos musicales que siguen coleccionando y escuchando vinilos y gastando dinero en equipos de alta fidelidad ad hoc para escuchar música en casa en condiciones pre-iPod, pero a nadie se le ocurriría argumentar que esa nostalgia por el sonido analógico amenaza con doblegar la omnipresencia de la música en formato digital. Y, de hecho, me atrevería a afirmar que incluso la mayor parte de esos coleccionistas nostálgicos escuchan la mayor parte de su música en el nuevo formato.
Habemos quienes pagamos suscripciones a periódicos y revistas, ya sea en papel o en digital, y buscamos espacio para informarnos -o entreternos- fuera del flujo de contenido de las redes sociales, pero somos pocos e incluso nosotros estamos enganchados a la banda sinfín del timeline.
Sea como sea, lo que es seguro es que así como los fanaticos del vinilo no son suficientes para sostener la multimillonaria industria musical, aquellos que buscamos información, noticias o contenido fuera de Facebook no somos ni por asomo suficientes para sostener la ecología de medios que conociámos hasta ahora.
Cuanto antes nos hagamos cargo de esta nueva realidad, antes podremos identificar lo valioso y útil que tenía el viejo mundo para intentar rescatarlo y adaptarlo al nuevo.
(*) Editor multiplataforma de Perú21
Publicado por:
@cdperiodismo
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