Claves
Sí, hay vida después del papel
Por Mario Munive
Publicado el 20 de diciembre del 2014
A diez años de la difusión por internet de EPIC 2014, el video que vaticinaba la muerte de los periódicos, nada más oportuno que recordar este y otros pronósticos apocalípticos, y rendir un tardío homenaje al español Julio Alonso, creador de Visión, uno de los primeros blogs que dio cuenta del impacto de internet sobre los medios impresos.
Por Mario Munive (*)
Son los mejores tiempos, son los peores tiempos. Es el año 2015… La prensa ha dejado de existir. Así arrancaba la voz en off de este cortometraje que describía en nueve minutos cómo desaparecieron los periódicos en la primera década de este siglo. A través de internet la gente había llegado a compartir tal cantidad de información que los diarios –muy eficaces para la difusión de noticias en el siglo XX– eran ahora un vestigio del pasado. EPIC 2014 llevaba el sello del área de proyectos especiales de un supuesto museo de historia de los medios con sede en Tampa, Florida. Una década atrás sus profecías sonaban verosímiles y sembraron la incertidumbre en muchas redacciones.
La ficción construía una línea de tiempo para proyectar hechos verificables con especulaciones sobre cambios vertiginosos y disruptivos que esperaban a la humanidad antes de 2015. Y encajaba muy bien con la moda alarmista de las películas sobre el fin del mundo que tanto nos sedujeron entonces. Concebido por Robin Sloan y Matt Thompson, dos jóvenes periodistas del Poynter Institute, EPIC 2014 afirmaba que la competencia entre Google, Amazon, Microsoft y las redes sociales extendería rápidamente el consumo personalizado de información hasta socavar el modelo de negocio de los medios impresos.
Estas eran algunas de sus premoniciones: en 2008 Google y Amazon unían sus fuerzas para doblegar a Microsoft. En 2010 ninguna empresa periodística figuraba entre las que disputaban el mercado de las noticias. En 2011 The New York Times (NYT) demanda a Googlezon (la unión de Google y Amazon) por destripar las informaciones del diario y violar normas de propiedad intelectual. En 2014, Googlezon crea Evolving Personalized Information Construct (EPIC), un sistema que jerarquiza la sobreoferta de información y ofrece un servicio de noticias para cada usuario a partir de sus hábitos de consumo, rutinas, intereses profesionales, lugar de residencia y gustos más particulares. Ese mismo año, tras haber perdido su batalla legal en los tribunales, el NYT toma una decisión histórica: cierra su edición online. Desde entonces, el diario que durante casi un siglo fue el más influyente del mundo, sobrevive como un boletín hecho para las élites y las personas de la tercera edad.
¿Quién hubiese asegurado diez años atrás que las proyecciones de EPIC 2014 tenían más de especulación tremendista que de prospección certera? The New York Times es todavía uno de los referentes del periodismo de calidad. La prensa de papel no ha muerto, aunque buena parte de ella respira saludable en las orillas del infotenimiento. Si bien Google no se fusionó con Amazon, Jeff Bezos, el dueño de Amazon, compró The Washington Post. Ciertamente, vivimos en la era de los algoritmos, de las redes sociales y de la exacerbada personalización de contenidos, pero todo ha sucedido de manera gradual y, al parecer, conviviremos todavía por muchos años con los viejos formatos.
Pero en 2004 era una tentación irresistible ponerle fecha a los funerales de la industria de los medios impresos. Académicos, expertos en nuevas tecnologías y consultores ávidos de notoriedad lanzaban vaticinios catastróficos sobre el futuro de la prensa escrita. En su libro The Vanishing Newspaper, Philip Meyer, profesor de la Cátedra Knight de Periodismo en la Universidad de Carolina del Norte, extrapoló los gráficos sobre el declive de la circulación de la prensa en Estados Unidos y proyectó que en Estados Unidos el último diario dejaría de imprimirse a principios de 2043. Meyer, antiguo reportero y editor de noticias, aclaró luego, en una entrevista, que su pronóstico pecaba de optimista. No iba a ser necesario esperar tantos años para lamentar la defunción de la prensa escrita. El final estaba cerca.
Mientras tanto, en la redacción de un diario limeño dos editores coleccionábamos predicciones de esta naturaleza con extraña delectación. A mediados de 2006, descubrimos El fin de la era de la prensa, un artículo de contenido abierto que el español Juan Varela había empezado a escribir en su blog Periodistas 21. Varela creía que el diario de pago agonizaba y en adelante solo podría subsistir como un producto de nicho, muy elaborado y concebido para élites con alta capacidad adquisitiva. En un mercado cada vez más fragmentado, el diario de masas solo tendrá vigencia como un producto gratuito, enfocado en divulgar contenido generalista de actualidad. El futuro, remataba el autor, era de nichos y únicamente en formatos digitales, móviles y audiovisuales.
En el otoño de 2007 añadí la dirección de otro blog a mi relación de favoritos. Se llamaba Newspaper Death Watch y era un observatorio online cuyo subtítulo, traducido al español, sonaba demoledor y estimulante a la vez: Crónica de la muerte de los periódicos y el renacimiento del periodismo. Su misión consistía en registrar el cierre de diarios y revistas en Estados Unidos. Paul Gillin, su autor, decía ser un amante de los periódicos, pero su labor se parecía más a la de un sepulturero. En 2008, anunció la muerte de un medio cada dos semanas, reportó el despido de 15,600 periodistas, el cierre de secciones de interés público, la caída estrepitosa de las ventas, la fuga de anunciantes a internet, y las fusiones de diarios y revistas que –moribundos–se mudaban a internet o eran fagocitados por corporaciones ávidas de lucro. A fines de 2009 Gillin advertía que el 95% de los diarios locales de Estados Unidos no sobreviviría a la crisis y que en el futuro solo los grandes medios de referencia, como The New York Times, The Washington Post y Wall Street Journal, se mantendrían a flote con mucha dificultad. De los escombros, profetizaba, iba a nacer un nuevo periodismo online, alejado para siempre del papel.
¿Cuánto tiempo tardaría en llegar a nuestras costas la epidemia mortal que estaba dejando en la calle a miles de periodistas en Estados Unidos y España? En las tertulias de café, con tres colegas a los que ahora extraño, la incertidumbre asomaba a menudo. ¿Qué futuro le esperaba al diario donde me crié si la circulación descendía inexorablemente desde los noventa? ¿Bastaría con aligerar los contenidos para atraer por fin a los anunciantes? ¿Y si los expertos del marketing se equivocaban? ¿Quién de nosotros se quedará hasta el último día en la redacción y morirá con el periódico? Sonaba melodramático. Y quizás por eso era el final que nos seducía…
Durante dos siglos fue uno de los artefactos de mayor uso cotidiano; los lectores empleaban entre dos y tres horas a lo largo del día para devorar su contenido. A principios de los noventa, la industria buscó adaptarlo con distinta fortuna a los nuevos hábitos de lectura. Empezó entonces una agonía que, según los más sensatos, se va a prolongar todavía por algunas décadas. Sin embargo, a contrapelo de EPIC 2014 y la legión de agoreros que captó nuestra atención, lo que nos esperaba era finalmente más estimulante y mucho menos traumático de lo que temíamos.
¿POR DÓNDE SOPLA EL VIENTO?
Uno de los pocos expertos en medios que mantuvo una postura serena durante ese lapso cargado de profecías fue el periodista español Julio Alonso. Buscando información para mis primeras clases universitarias, descubrí Visión, el blog que estrenó en enero de 2005. En el periodo más incierto de la industria de los medios impresos, Alonso escribió con pasión y conocimiento sobre periódicos y periodismo. Admitía que la prensa española difícilmente remontaría la tendencia que la alejaba de los lectores y los anunciantes, pero al mismo tiempo suscribía la idea de reinventar el oficio y adaptarlo al formato digital, mientras nos despedimos del papel impreso.
Es justo evocar ahora su historia. Ubiquémonos a mediados de los setenta, en los albores de la transición española. Juan Luis Cebrián busca periodistas para un nuevo proyecto. Necesita un editor versátil y con perspectiva, que conozca de redacción, diseño y gestión interna. Tiene un nombre en mente, pero prefiere consultar a su entorno. La respuesta es unánime. Nadie mejor que Alonso. Por eso lo invita a integrar el plantel de dieciséis periodistas que en mayo de 1976 iba a fundar el diario El País.
Su paso fructífero por el matutino madrileño es destacado por Juan Cruz en Una memoria de El País, un libro a medio camino entre la crónica y el testimonio personal que reconstruye con nostalgia los primeros veinte años del diario español. Allí recuerda a Alonso entregado a una tarea capital: la confección del primer diseño.
Nombrado redactor-jefe a fines de 1976, Alonso se enfocó en la elaboración de un texto que luego se volvería de consulta imprescindible: el Libro de estilo. Este manual de procedimientos, que durante treinta años fue un referente en las redacciones y en las aulas de España y América Latina, fue publicado por primera vez en noviembre de 1977. Sus pautas no solo indicaban cómo se debía escribir en el diario, también incluían normas como la cláusula de conciencia. Esta protegía al periodista de eventuales represalias si se negaba a escribir un texto que, a su criterio, iba contra los principios éticos y la línea editorial del diario.
En los ochenta Alonso sobresalió como un periodista multifuncional. Fue jefe de cierre de edición, editor del El País Semanal, subdirector de formación e investigación y director adjunto de la escuela de periodismo. Juan Cruz lo recuerda concentrado en tareas complejas y silenciosas: la organización interna de la redacción, los ajustes del diseño de cada sección o su obsesiva labor como editor-centinela; un cargo creado por Cebrián para garantizar que todos los periodistas cumplan y apliquen lo que indicado por el célebre Libro de estilo.
Fueron catorce los años que Alonso dedicó a El País. Su ciclo en el diario de la calle Miguel Yuste terminó en 1990. Luego se embarcaría en proyectos de suerte diversa –nuevos diarios y revistas de corte político, deportivo, regional o de entretenimiento–; también asesoró el lanzamiento de páginas web y combinó esta labor con la docencia y la investigación académica.
El 7 de febrero de 2009 se despidió de Visión, su blog, con un texto breve y esperanzador: “La prensa escrita tiene todavía su tirón”. Murió el 12 de marzo. Tenía 69 años cuando el cáncer lo venció. Un amigo dijo de él en su despedida: “El mundo ha dividido a los hombres en dos estirpes: aquellos que quieren ser alguien y los que quieren hacer algo. Julio Alonso era un paradigma de lo segundo”.
Un día después de su sepelio, El País reseñó las palabras de Sole, su hija: “Amaba el periodismo por sobre todas las cosas. Su pasión era el periódico, desde la primera hasta la última página”. Alonso era un hombre de periódicos, es cierto, pero en los últimos años de su vida solía confesar su fascinación por el nuevo horizonte que internet ofrecía al periodismo. Visión, su blog, era la demostración de ese interés cotidiano.
En marzo de este año El País publicó la vigesimosegunda edición de su Libro de estilo. Esta versión, que por primera vez contiene pautas para la redacción online, las noticias multimedia y la edición de videos, también incluye los prólogos que escribieron para las versiones anteriores Juan Luis Cebrián, Joaquín Estefanía, Jesús Ceberio y Alex Grijelmo. Descubro ahora que los cuatro –entre 1976 y 2014– reconocen el trabajo pionero e incansable de Julio Alonso.
Publicado por:
Mario Munive
Periodista y docente universitario. Actualmente enseña en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Especialista en géneros periodísticos, periodismo narrativo y nuevas tendencias de la comunicación
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