Claves
Rodolfo Palacios: “La mejor innovación que necesita el periodismo policial es volver a las fuentes”
Por @cdperiodismo
Publicado el 11 de octubre del 2014
Si amas la crónica roja y te preguntas cómo hacer para contar hechos que quizá pocos comprendan o que son tratados solo con sensacionalismo nada mejor que seguir la pista de Rodolfo Palacios, periodista argentino, autor de los libros El Ángel Negro, vida de Robledo Puch, asesino serial (editorial Aguilar), Pasiones que matan, 13 crímenes argentinos (Aguilar), Adorables criaturas, crónicas grotescas de ladrones y asesinos (Editorial Ross), Conchita, el hombre que no amaba a las mujeres (Libros de cerca) y Es sólo plata y no amores, el robo del siglo al banco Río contado por sus autores (Editorial Planeta).
Palacios estará en Ciudad de México con Taller Arteluz ofreciendo unas jornadas imprescindibles de buen periodismo. Esta es la conversa a modo de autoayuda que tuvimos con él.
Internet da al periodismo una gran oportunidad. Planteas un periodismo de investigación en la calle donde la reportería se refuerce con el uso de herramientas digitales. ¿Cómo aprovechar la tecnología en favor del periodismo?
-Internet puede ser una herramienta tan peligrosa como útil. El peligro es que seamos esclavos de las nuevas tecnologías y escribamos sobre los temas que imponen las redes sociales o nos preocupe más saber qué persona fue TT en lugar de encontrar historias. O entrevistemos por mail, por Facebook o por Skype. Un periodista sin calle es como un bombero que pretende apagar un incendio sin salir del cuartel. Pero por otro lado, si nos aliamos a las nuevas tecnologías podemos potenciar nuestras crónicas. Es indudable que para encontrar personas (desde jueces hasta policías y ladrones), es una herramienta interesante. Lo mismo para buscar informaciones de archivos o ver videos sobre los temas que estamos investigando. O mantenerse comunicado con otros periodistas. O acortar distancias. Otra alternativa es publicar nuestros escritos en medios digitales. Internet debe ser un complemento, no una base para nuestro trabajo.
PERFIL DEL PERIODISTA DE CRÓNICA ROJA. ¿EXISTE?
No creo que haya un perfil determinado para un periodista de crónica roja. Los encasillamientos terminan por encarcelar el estilo y los métodos de reporteo. Y no deja de ser un lugar común. Al menos el periodista que aparece en las películas o las novelas, desacartonado, en algunos casos fumando y con una botella de ginebra en la mano, mal vestido, y rezando para que ocurran robos o crímenes para llenar las páginas del diario o revista para la que trabajan. A los periodistas de crónica roja se nos acusa de muchas cosas: de ser fríos, de conmovernos más por una buena historia que por una víctima, de querer llenar las páginas con sangre, de tutearnos con tipos que han matado o robado, de esperar que lo trágico suceda, inevitablemente, para enseguida llamar al comisario o el fiscal de turno. Nada de eso, al menos en mi caso, es cierto. Antes que periodistas, somos personas. Y conmoverse, sentir cada historia como si fuera la de uno, ser sensibles ante lo que nos rodea, nos hará mejores cronistas. Hoy el mejor periodista no será el que se limite a escribir o saber sobre su especialidad. Los periodistas de crónica roja no somos policías pero hablamos con policías, no somos jueces pero hablamos con jueces, no somos ladrones pero hablamos con ladrones, no somos víctimas (la mayoría de las veces) pero hablamos con víctimas. Lo que no somos, termina por conformar lo que somos. El perfil de un periodista de crónica roja debería ser similar al de un periodista de otro ámbito. Pasión por lo que hace, intuición, calle, lecturas, mirada amplia, sensibilidad, paciencia, obsesión para investigar y hasta para describir con precisión, entender el mundo que nos rodear y el contexto de cada persona y cada hecho. Lo importante es romper los moldes establecidos, saber que la transpiración vale tanto como la inspiración. Que cada traspié debe ser una enseñanza. Que para juzgar están los jueces. Para detener está la policía. Los periodistas contamos historias. Ese es nuestro oficio.
LA CRÓNICA ROJA EN AMÉRICA LATINA
-¿Crees que en América Latina, donde hay una tradición de crónica roja, se está haciendo buen periodismo de este tipo?
-Sin duda. Los escritores y periodistas están a la altura de las historias. No sólo con el arduo trabajo de reporterismo e investigación, lectura de expedientes y entrevistas, sino con el uso de las técnicas narrativas de la ficción: el uso de diálogos, la construcción de escenas, los conflictos, la trama, la subtrama, el eje narrativo, la estructura y todos los recursos que enriquecen el relato. Sin que ni una coma sea inventada. Y ha sido importante volver a los orígenes del género, seguir la tradición de los viejos maestros y añadirle un estilo propio y moderno, sin alterar las raíces ni adulterar la esencia de las historias. La tradición de Latinoamérica ha sido un paraíso para el género policial. Aunque no ha sido central en sus obras, el género se ha colado en relatos de Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Roberto Bolaño, Carlos Fuentes.
EL SECRETO ESTÁ EN CÓMO CONTARLO
-¿Qué desafíos enfrenta la crónica roja en los tiempos de Internet?
-La televisión, que todo lo transmite (lo trascendente y lo insignificante), y las nuevas tecnologías jamás podrán atentar contra el periodismo escrito. La subjetividad tiene que estar siempre. De otro modo, todas las crónicas y las miradas serían las mismas. Celebro la aparición de los medios digitales porque también son una forma de expresión. En el caso de la aproximación a los hechos reales, la pregunta es cómo contar lo que han visto millones de personas. Dos ejemplos: la crónica de Norman Mailer sobre la pelea Alí-Fraizer y la de Oriana Fallacci sobre la llegada del hombre a la luna, demuestran que se puede crear un texto atractivo sobre un acontecimiento que vieron millones de personas. Lo importante, en este caso, es cómo contarlo. El escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez lo escribió con claridad: “Los seres humanos perdemos la vida buscando cosas que ya hemos encontrado. Todas las mañanas, en cualquier latitud, los editores de periódicos llegan a sus oficinas preguntándose cómo van a contar la historia que sus lectores han visto en la televisión ese mismo día o han leído en más de una página de Internet. ¿Con qué palabras narrar, por ejemplo, la desesperación de una madre a la que todos han visto llorar en vivo delante de las cámaras? ¿Cómo seducir, usando un arma tan insuficiente como el lenguaje, a personas que han experimentado con la vista y con el oído todas las complejidades de un hecho real? Ese duelo entre la inteligencia y los sentidos ha sido resuelto hace algunos siglos por las novelas, que todavía están vendiendo millones de ejemplares a pesar de que algunos teóricos decretaron, hace dos o tres décadas, que la novela había muerto para siempre. También el periodismo ha resuelto el problema a través de la narración, pero a los editores les cuesta aceptar que ésa es la respuesta a lo que están buscando desde hace tanto tiempo”. La respuesta es la misma de siempre, la que buscaban los viejos cronistas, en las épocas en que sólo se escribía a mano o en máquina de escribir. La respuesta está en la calle, en escuchar, en ver, en oír, en oler, en tocar, en ir a la búsquedas de historias que laten a nuestro alrededor. En tomarle pulso al mundo y mirar a los ojos de las personas. Y sumergirse en territorios con la levedad de una mariposa y la potencia de un acorazado.
¿Qué consejos darías a los estudiantes de periodismo interesados en la crónica roja?
-Que sientan esto como una vocación que les sale del pecho, como un rayo que les atraviesa el alma. Que el peor enemigo del periodista es la silla: hay que salir a la calle, observar y tomar nota. Contar historias desde todos los puntos de vista. Leer más para escribir mejor. Escribir todos los días. Escuchar a los más experimentados. Nutrirse de todas las áreas: de la literatura, del cine, de las series, del teatro, de las artes plásticas, de la música, de la psicología, de la filosofía. Todo eso nos va a yudar a entender un poco mejor sobre lo que escribirmos.
Decía Guy de Maupassant que había que observar todo cuanto se pretende expresar, con tiempo suficiente y suficiente atención para descubrir en ello un aspecto que nadie haya observado ni dicho. “En todas las cosas existe algo inexplorado, porque estamos acostumbrados a servirnos de nuestros ojos sólo con el recuerdo de lo que pensaron otros antes que nosotros sobre lo que contemplamos. La menor cosa tiene algo desconocido. Encontrémoslo. Para descubrir un fuego que arde y un árbol en una llanura, permanezcamos frente a ese fuego y a ese árbol hasta que no se parezcan, para nosotros, a ningún otro árbol y a ningún otro fuego. Esta es, según él, la manera de llegar a ser original.
El lugar común es considerar que el periodismo policial es un género menor. A lo sumo, un resumen morboso de los hechos dramáticos del día. Una posibilidad de regodeo para chusmas de barrio. Un folletín o melodrama que sólo interesa al que ve una tragedia como si fuese una representación teatral. Pero subestimar a la crónica de sucesos es un error. Aunque parezca una contradicción, la mejor innovación que necesita el periodismo policial es volver a las fuentes. A los viejos maestros, instintivos y autodidactas, que se formaron leyendo a los escritores rusos (Tolstoi, Dostoievski y Chejov), a Edgard Allan Poe y a Arthur Conan Doyle. Más acá en el tiempo no pueden negarse las influencias del realismo de Raymond Chandler y la incursión profunda de Truman Capote en el género negro. Más allá de todo, no debemos perder la frescura. El día que nada nos sorprenda o conmueva, habrá que asumir la derrota con la dignidad de un boxeador vencido. Escribir es no hablar: es como gritar en silencio. Se escribe para olvidar o ser olvidado. O para recordar. El que escribe se libera o se desangra o hace una pirueta en el vacío, allí donde no queda ni el abismo. Escribir es un camino de ida: después de la primera frase, uno nunca vuelve a ser el mismo; puede ser desesperante o esperanzador. Como decía el escritor uruguayo Mario Levrero, “el verdadero aprendizaje consiste en no saber que se sabe, y de pronto saber”. Habrá que seguir leyendo y escribiendo para encontrar aquello que creemos perdido. O quizá ya hemos perdido, aunque esté a mano.
Rodolfo Palacios te espera en Taller Arteluz del 16 al 19 de octubre. Más detalles aquí
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