Claves
Perú: Los medios impulsan machismo al llamar “Candy” a las mujeres
Por Milagros Olivera Noriega
Publicado el 22 de septiembre del 2014
La historia es simple. Un chico, de nombre Guty, le envió fotos desnudo a una chica de nombre Millet. Guty tenía una novia, que se llamaba Melissa y Millet estaba soltera. Un día Melissa descubre el engaño (al parecer existió un encuentro más allá de la pantalla del celular) y se molesta. Termina con Guty y arremete contra Millet. Fin del cuento. Esta historia -que fluctúa entre lo intrascendente, cotidiano e íntimo- no hubiera tenido mayor sintonía si no fuera por la prensa peruana, que decidió publicar, portada tras portada, el entramado amoroso.
Los canales de televisión incluyeron en su programación los detalles más íntimos del triángulo mediático. Entre todos bautizaron a la joven Millet con el apelativo de “Candy” y con ella, a las miles de peruanas cuya conducta sexual escapa de lo establecido por la sociedad. Quienes no son peruanos probablemente no entiendan el por qué del termino. En este lado del mundo la canción “Candy”, del grupo Plan B, suena con frecuencia en las radios y discotecas. La letra dice algo como “le gusta el sexo en exceso y en el proceso me pide un beso”. La protagonista es una tal muchacha que es dulce como Candy (sí, el dibujo animado) y , entre otras cosas, se caracteriza porque sus papás la quieren ver casada, “pero ella cambia más de novio que de panty”. Y así.
Está claro que los medios de comunicación tienen el deber de entretener e informar. Que no hay que ser aburridos esperando que todo sea educativo, culto y refinado. Sin embargo, ¿qué hacer cuando el entretenimiento está basado en actitudes machistas, homofóbicas o racistas? ¿Qué hacer cuando los medios de comunicación se convierten en transmisores de los antivalores de la sociedad? ¿Seguir de largo, reír, repetir que estamos en Perú y que aquí ‘las cosas son así’?
No creo que tengamos los medios de comunicación que nos merecemos. Creo que nos merecemos más, como periodistas y como audiencia. Es decir, como periodista ¿permitiré que los 5 años de esfuerzo que me ha costado sacar el título sean burlados por un editor que me pide realizar el perfil de una chica ‘Candy’ cuando, a decir verdad, soy una y tengo la certeza de que no está mal tener una vida sexual autónoma? ¿Me dedicaré a estigmatizar con mis notas a las mujeres que decidan qué hacer con sus cuerpos? ¿Qué tal si en lugar de eso trabajo por darle a mis n0tas un ángulo distinto, que no subestime ni maltrate a las mujeres ni a los homosexuales, ni a ninguna persona?
En medio de todo, no conozco a un solo periodista que se detenga a pensar en la vida sexual de un actor, modelo o cantante. No sé de un editor que considere titular “Guty es un Candy” (y eso que rima). Ya no se trata de los individuos que componen esta historia. Ellos pasarán de moda, dejarán de pisar los sets de televisión en un tiempo y olvidaremos sus perfilados rostros y ejercitadas anatomías. Se trata de los que quedamos; audiencia y periodistas.
Los periodistas arrastraremos el cintillo de lo banal, de la profesión abrazada al ocio de las habitaciones ajenas.
¿Con qué cara miraremos a las niñas y niños de la actualidad cuando sean adultos y vean que en su país el machismo continúa resistiendo por culpa -en parte- de los medios de comunicación? ¿Les diremos que hicimos lo posible? O que quisimos hacer periodismo de calidad, uno que deje de lado los nocivos estereotipos. ¿Les diremos que hicimos todo eso para que ellos puedan ejercer libremente su sexualidad y sus deseos, sin ser juzgados por ello?
¿O bajaremos la mirada con la certeza de que pudimos hacer más?
Nos damos cuenta que esto ha llegado demasiado lejos cuando el término ya ha sido incorporado al léxico cotidiano. Es decir, una etiqueta más se suma a las ya existentes. A “fácil”, “zorra”, “perra”, “ruca” y demás insultos para definir a una mujer -o púber o adolescente- que decide tener una o varias relaciones sentimentales o sexuales, o que se viste con polos cortos y faldas, se suma “Candy”. Y entonces es demasiado tarde. La prensa lo hizo de nuevo y la sociedad lo asimiló.
Amén.
Publicado por:
Milagros Olivera Noriega
Feminista. Estudio Periodismo en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Fui editora de Cultura de Diario16.
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