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¿Cómo escribir sobre ciencia para gente común?

Por @cdperiodismo

Publicado el 29 de diciembre del 2011

Michelle Soto (*)

Yo también soy gente común. La única diferencia es que, debido a mi trabajo, tengo un poco más de acceso a investigaciones y a los científicos que las hacen. Ese privilegio me impulsa a querer compartir esas cosas que me sorprenden, me generan curiosidad y me hacen suspirar.

Les doy un ejemplo: este año, un estudio publicado en la revista PLoS Biology dijo que somos 8,7 millones de especies sobre la Tierra. ¿¡Pueden imaginarlo!? Somos 8,7 millones de seres distintos: diversos colores, diversas formas, diversas texturas y tamaños… y todos tenemos una función que cumplir para mantener este planeta en equilibrio.

Ese fue solo el primer suspiro. El segundo viene con que más del 80% de esas especies aún no están descritas, es decir, no las conocemos. Ah, y viene un tercer suspiro, la última actualización de la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) dice que el 25% de los mamíferos están en peligro de extinción. Si eso es así con los mamíferos, que es el grupo que más se conoce, ¿cuántas especies van a desaparecer antes de saber que existen?

Eso me hace recordar un pequeño y pálido cangrejo que fue descubierto casi por accidente. El científico que lo describió participaba de una expedición geológica para estudiar las filtraciones de metano a través de las fisuras en el suelo marino.

Cangrejo descubierto este año. Foto: ANDREW THURBER.

¿Qué tiene que ver eso con el cangrejo? Resulta que el piloto del sumergible observó al cangrejo en una de las fisuras y lo recolectó. Más adelante se dieron cuenta que el crustáceo se encontraba allí –nada más y nada menos que a 1.000 metros de profundidad– para aprovechar las salidas de metano y sulfuro de hidrógeno, esto con el fin de proveer de energía a las bacterias que viven en su cuerpolas cuales se comerá posteriormente. En otras palabras, este es un cangrejo que cultiva su propio alimento.

Tampoco lo descubrieron al otro lado del mundo. El cangrejo fue encontrado en mi país y por eso lo bautizaron como Kiwa puravida, referencia a la expresión “pura vida” que caracteriza a los costarricenses.

En América Latina, no solo se cuenta con “laboratorios al natural” sino que también se hace ciencia y de la buena, así que la materia prima está dada. Ahora, cuando Jorge Grandi, director regional ciencia para América Latina y el Caribe de la Unesco, me dijo que “ciencia es mucho más de lo publican Science y Nature” no solo supe que tenía el titular del artículo sino que esa frase reflejaba una realidad: una tendencia a la invisibilización de nuestro quehacer científico por estar enfocados en mirar hacia otro lado.

La mayoría de los científicos que publican en Science y Nature son europeos y estadounidenses. Es cierto, muchos latinoamericanos han publicado en estas prestigiosas revistas, pero no podemos tomar esas publicaciones como referencia de la totalidad del quehacer científico de la región.

Los medios de comunicación que solo reportan lo que sale publicado en Science y Nature se están perdiendo cantidad de conocimiento que se genera desde México hasta Chile y Argentina. Claro, también hay que cuidarse las espaldas y asegurarse que los estudios que se reportan en medios de prensa son serios y ojala tengan revisión de pares.

Pero, si como periodistas nos quedamos sentados a esperar los boletines de prensa, solo nos llegarán comunicados de la agencia espacial estadounidense (NASA) y europea (ESA), las newsletters de Science y PNAS, las alertas de Eurekalert, entre otras, y muy pocos comunicados de centros de investigación latinoamericanos.

Una vez leí un KSJ Tracker de Pere Estupinyà donde decía que ya se deseaba el Amazonas una oficina de comunicación como la de NASA y es cierto. Eso nos obliga a los periodistas a ir a tocar puertas a los laboratorios, ponernos botas de hule e irnos de gira de campo a contar murciélagos o pájaros, mirar a través del microscopio, husmear en las pizarras informativas que hay en las universidades, suscribirse a cuanta base de correos exista… y eso tampoco es algo fuera de las posibilidades.

Cierto, muchos científicos pondrán resistencia a abrir sus oficinas. En mi caso, estos han sido los menos y más bien, los investigadores están deseosos de relatar sus descubrimientos. A ellos también les gusta sorprenderse y suspirar, a fin de cuentas, los investigadores son gente común.

A Héctor Guzmán –investigador del Instituto de Investigaciones Tropicales Smithsonian (STRI)– lo conocía de referencia y la verdad es que me ilusionaba conversar con él. La oportunidad se presentó cuando describió una nueva especie de abanico de mar que vive en las aguas del Parque Nacional Coiba, en Panamá. Pensé que iba a ser más complicado conseguir una entrevista con él y sorpresa, a los diez minutos ya estaba entrevistándolo.

Hay que perderle el miedo a la fuente y al tema. Los científicos sabrán de muchas cosas y tendrán doctorados en ello, pero también hay otras materias que ignoran. En la medida que se pierde el miedo, se gana en sorpresa y curiosidad. En menos de lo que cree, se verá enfrascado en una conversación con sus amigos acerca de la partícula esencial o “partícula de dios” y cómo el centro de investigaciones que la estudia (el CERN) aparece en un libro que sirvió de inspiración para una serie de televisión que no duró más que una temporada (uff, lástima).

Ahora, en el caso de Guzmán, él trabaja en su país; pero hay otros científicos latinoamericanos que realizan sus investigaciones fuera de este y eso tampoco es impedimento para contactarlos. A muchos de los investigadores que entrevisté este año, los conocí porque tenían un vínculo con Costa Rica; ya fuera porque realizaron su investigación aquí o vinieron de visita. A otros, los contacté por correo electrónico, por redes sociales o por teléfono.

Cualquier oportunidad es buena y un periodista debe saber aprovecharla. A Roy Liu, lo conocí de casualidad en un viaje que hice a Miami. No esperaba encontrarme con un tico y ya ven, no solo fue bueno hablar español por un rato sino que su experiencia se tradujo en un artículo para el periódico.

Liu es un costarricense que trabaja en el Laboratorio de Investigación de Ingeniería del Viento, en Florida (EE. UU.). A su lado conocí un “simulador de huracanes”: una pared de viento con 12 turbinas que combinadas tienen una potencia de 8.400 caballos de fuerza y son capaces de generar un huracán categoría 3 ó 4. Esta pared de viento permitirá realizar estudios sobre la resistencia de materiales con el objetivo de mejorar el código de construcción de la ciudad, la cual es frecuentemente afectada por fenómenos climáticos.

El rinoceronte blanco del sur (Ceratotherium simum simum) está al borde de la extinción debido a la destrucción de su hábitat y a la caza furtiva en pos de sus cuernos. Foto: Dr. Richard Emslie.

A Diana Valencia, física colombiana, la conocí porque visitó Costa Rica. Ella está en la Universidad de Harvard, en donde colabora con la agencia espacial estadounidense (NASA) para estudiar unos planetas rocosos conocidos como “supertierras”, nombre que recibieron por su similitud con nuestro planeta.

Cuando la conocí, no solo me sorprendió su curriculum y su juventud sino que también el brillo de sus ojos que denotaban curiosidad y pasión por lo que hacía. “Estamos prontos a encontrar uno que podría albergar vida”, dijo. “¿Para qué nos sirve saberlo?”, recuerdo que le pregunté un tanto escéptica. “Para entender mejor los procesos que desembocaron que estemos acá”, me respondió.

Los más conservadores, y mi abuela seguramente, dirán que esa no es forma de preguntar a un experto porque estoy siendo igualada. Eso es algo que encierra todo un debate: al final, ¿a quién se le escribe? 

Cuando se tiene mucho tiempo de cubrir la misma fuente, y a veces por temor a equivocarse o a manera de legitimación frente a esta, se tiende a adoptar la jerga del gremio científico y esa es una lucha constante que uno libra con sí mismo.

Como mencioné anteriormente, los científicos son personas comunes. Si los ponemos en pedestales, por más admiración que sintamos por su forma de ser o su trabajo, eso se verá reflejado en el artículo periodístico que hagamos. Déjese sorprender, pero también sea curioso y pregunte, pregunte y vuelva a preguntar.

En la medida que uno como periodista entienda lo que le están diciendo, más fácil le será explicarlo a la audiencia. Mantenga un diálogo abierto con el investigador, busque metáforas adecuadas para explicar, dimensione el hallazgo y las cifras, dé contexto, use sus propias palabras y sobre todo, pregúntese por qué ese tema es importante para su vida y por qué su audiencia necesita saberlo.

Esa fue la pregunta que me formulé cuando me correspondió reportar sobre la misión Juno. Si hay algo ajeno a mi cotidianidad es el espacio. Sin embargo, al empezar a indagar me di cuenta que Júpiter fue el primer planeta en formarse y por tanto, aún mantiene la composición original de la nebulosa de gas y polvo que se derivó del Big Bang. La misión Juno de NASA pretende entender los orígenes del sistema solar, la formación de la Tierra y la base de la vida, tal cual la conocemos.  En cierta forma, el estudiar Júpiter permitirá conocer procesos que suceden en nuestro planeta y eso sí nos atañe a todos como terrícolas. Ah, y detrás de Juno, hay una científica colombiana que se llama Adriana Ocampo.

A veces, a la hora de escribir, uno se encuentra con que tiene más información de la que puede procesar y no sabe cómo empezar. La hoja en blanco, eso es algo que siempre me pasa. Véalo así: si hay alguien en la redacción que conoce el tema es usted, por la simple razón de que lo reporteó. Sin mirar las notas o apuntes, nárrese la historia como si fuera un cuento o una anécdota. Esa primera verbalización es el esqueleto de la nota. Ya por tenerlo, solo es cuestión de irle dando forma y redondeándolo con los datos recabados, pero el mensaje principal ahí está.

Ahora, tampoco le recargue todo el trabajo a la fuente. Infórmese, lea y empápese de los temas antes de irse a reportear. Si tiene la oportunidad, capacítese. En mi país, y según me cuentan colegas de otros lados que lo mismo sucede en sus países, aún no existe formación académica en periodismo científico, así que el conocimiento que se tiene deviene de la experiencia y nunca se deja de aprender.

Sin embargo, entre mayor conocimiento se tenga, más posibilidades de cuestionar a la fuente y realizar un periodismo más interpretativo. Asimismo, se tienen más y nuevos enfoques que ofrecer a la audiencia. Uno es su lector más exigente, así que en esta búsqueda de nuevos enfoques está el reto por encontrar cosas que le sorprendan y le generen curiosidad a uno también. En este sentido, cuando haga una entrevista, también tome nota de sus suspiros.

Este texto no pretende ser una cátedra, no estoy en posición para darla. Más bien es un resumen de lecciones aprendidas a través de los años. Esta es una sistematización de ideas para la sobrevivencia y tampoco son impermeables. En nuestra profesión, todo siempre está en versión beta.

Los ejemplos que les di son tan solo unas pocas cosas que me sorprendieron, me generaron curiosidad y me hicieron suspirar este año. Este 2011 escribí más de 100 artículos sobre ciencia, me quedan unos más por redactar estos días y aún me sorprendo, más cuando sé que lo que reporto es apenas una pequeña parte de lo que se hace.

Mi único consejo sobre cómo escribir sobre ciencia para gente común es, como lo dije al inicio, ser una persona común que aún desea sorprenderse, sentir curiosidad y suspirar.

(*) Es periodista costarricense. Actualmente labora en la sección Aldea Global del periódico La Nación, en Costa Rica, donde cubre temas de ciencias básicas, astronomía y medioambiente, siendo este último su interés personal. Este año, el Consejo Nacional para Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT) y la empresa Bayer le otorgaron el tercer lugar del Premio Bayer a la Innovación para el Desarrollo Sostenible por su artículo  “Cafetales con árboles absorben tanto carbono como los bosques”. Asimismo, como miembro del equipo de Aldea Global, se le reconoció con una mención de honor del Premio Nacional de Periodismo Científico 2011. 

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