Claves

La revolución silenciosa del clic

Por @cdperiodismo

Publicado el 05 de diciembre del 2011

Claudia Méndez Arriaza (en Twitter @cmendeza)

Hace poco más de dos semanas participé en una serie de conferencias sobre Libertad de Expresión en América Latina, en la Universidad de Harvard. Las ideas generales discutidas durante este evento, organizado por la Fundación Nieman para Periodismo, el Centro CARR para Derechos Humanos y el Centro David Rockefeller para Estudios Latinoamericanos, están resumidas en el blog de Graciela Monchkofsky publicado en El País.

En este texto propongo el debate de tres discusiones centrales:

La batalla de los periodistas en ocasiones no es contra el poder político, económico o grupos criminales. Hay reporteros que deben luchar contra sus propios empleadores cuando una investigación o una nota toca fibras sensibles que afectan a los propietarios de medios de comunicación. ¿Las causas? Son diferentes: algunas veces la irritabilidad es provocada por información que amenaza sus intereses económicos o sus relaciones interpersonales. La fórmula “a mis amigos toda amnistía; a mis enemigos, todo el peso de la ley” puede transformarse en el campo del periodismo “a mis amigos, toda consideración; a mis enemigos, todo el peso de la libertad de expresión”. Los resultados en la región latinoamericana son desastrosos: las audiencias están conscientes de ello, pero la prensa hasta ahora no promueve ejercicios que corrijan ni prevengan esta práctica. Mientras la mayoría de periodistas sólo murmuran, pocos se atreven a publicar sobre esta realidad: “Pecado Original, Clarín, los Kirchner y la lucha por el Poder” (Planeta 2011) de la periodista Graciela Mochkofsky descubre la relación corrupta de los medios argentinos con el poder durante tres décadas.

El modelo de negocios de medios de comunicación no se agota, pero está en fase de una transformación que puede ser radical. Ya existen ejemplos a lo largo y ancho de la región donde muchos periodistas se han convertido en propietarios de su propio espacio (ampliaré la idea en el siguiente párrafo). Hay fisuras en el arquetipo tradicional de empresa familiar. El periodismo ha pagado caro este modelo de negocios: o bien, injustamente la presión cayó en una sola familia dueña de periódicos, canales de TV o estaciones de radio –sobran dramáticos ejemplos de represión, violencia y exilio- o, como se revela cada vez con más apertura, los propietarios utilizaron los medios de comunicación como instrumentos propicios para cerrar tratos con los gobiernos de turno, generalmente grandes negocios, o simplemente para pactar favores. Y una vez rotas esas relaciones, la prensa se convirtió en trinchera de la oposición, el periodismo cayó en el juego perverso, se convirtió en un opositor. Equivocada la misión, se acabaron las ideas y el reporteo de hechos. Olvidada quedó la motivación básica del periodismo: la búsqueda de la verdad. Compárese, por ejemplo, la cobertura que recibe la oposición en Guatemala durante los gobiernos de corte empresarial y durante las administraciones opuestas, leáse la exposición de Boris Muñoz sobre la guerra entre Hugo Chávez y los medios venezolanos.

Periodista Claudia Méndez

• El futuro desde mi perspectiva es alentador. Y esta es sin duda la discusión permanente en la Universidad de Harvard. Escuchamos el ruido de la locomotora, pero aún no sabemos qué sucederá cuando pase el tren de la era digital. Y desde el campo del periodismo, esta puede ser una revolución silenciosa que rompa el modelo tradicional de negocios y propiedad de medios de comunicación, aunque no podemos obviar los problemas estructurales de pobreza, educación y acceso a medios electrónicos en América Latina (es la gran desventaja o amenaza). Aún en las sociedades más educadas existen comunidades aisladas de la llamada era digital (En Chile y Argentina lidian con brechas considerables). La situación, no obstante, evoluciona a ritmo constante y los números de usuarios de redes sociales crecen cada minuto. Las cifras no son comparables siquiera con los números de cinco años atrás. Y aunque existe demasiada ansiedad de cara a las redes sociales -¿se murió el periodismo?- mi percepción es diferente: el buen periodismo, el reportero que no olvida los principios de honestidad, precisión y búsqueda de la verdad, aquel que corrobora los datos y mantiene una relación constante de verificación con sus fuentes –aún cuando estas sean 140 caracteres de un tuit- ese reportero utilizará la tecnología como herramientas que reformulen y transformen sus carreras. Los ejemplos están entre nosotros: Confidencial de Nicaragua, El Faro de El Salvador, Plaza Pública en Guatemala, Ciper en Chile, Clases de Periodismo en Perú, El Puercoespín en Argentina. La lista es demasiado extensa ya y no se limita únicamente a medios nuevos fuera de las organizaciones tradicionales. Catacra Livre en Brasil es un ejemplo dentro de un periódico establecido, un vistazo a La Nación de Costa Rica y uno sale con la sensación de que el diario está en ese tren.

Una reflexión final es reaccionar ante la dimensión de cambios tan dramáticos. Y notar que exigen que los periodistas y propietarios de medios de comunicación comprendamos que esa apertura, la nueva dinámica de interacción con las audiencias, demanda un urgente ejercicio de transparencia. Es hora de abandonar las posiciones de heroísmos ficticios, cantos a los medios que se han opuesto al autoritarismo y la corrupción de turno. Es preciso crear mecanismos para evaluar procesos internos, identificar los errores, las prácticas corruptas, reconocerlas abiertamente, no olvidar que un extenso manto de impunidad cubre la práctica del mal periodismo y solo la autocrítica puede romper esos muros. Más que un ejercicio de autocrítica, es un ejercicio de honestidad. Los minutos cuentan. El tren se acerca.

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