“Lo más difícil de ser periodista en México es que las trincheras no están señalizadas”
Por Esther Vargas
Publicado el 25 de mayo del 2011
Marcela Turati es una reportera mexicana que prefiere andar en la calle que detrás de un escritorio, que prefiere contar historias escuchando la voz de los ciudadanos y no la de los poderosos. Su libro Fuego Cruzado, las víctimas atrapadas en la guerra del narco es la dramática crónica de lo que se vive hoy en México. Y es también una gran lección de periodismo valiente y comprometido.
1. Fuego Cruzado, las víctimas atrapadas en la guerra del narco es un libro extraordinario en el que las víctimas de la guerra del narco tienen voz, y a través de esa voz -llena de dolor- cuentan la historia de sangre de los últimos años en México. ¿Cómo se hace este libro?
-Aunque yo era una reportera que siempre me había prometido no meterme al tema del narco, desde 2007 la violencia comenzó a cruzarse en mi camino hasta que me obligó a cubrirla. Desde la primera matanza que me topé decidí escribir acerca de los efectos de la violencia en la vida de la gente. La semillita ya la traía: mi entrenamiento es de reportera social que siempre intenta aterrizar todo fenómeno en personas concretas y que rehúye de anécdotas peregrinas y hurga hasta encontrar las historias individuales que narran fenómenos o señalizan tendencias.A mediados de 2009 me di cuenta de que la información que había acumulado en mis libretas daba para escribir una historia hasta entonces silenciada: la de las víctimas de la violencia cuyo dolor es negado socialmente. Hasta hace unas semanas los violentos monopolizaban el discurso y los muertos eran condenados a una fosa común, despojados de nombre, de humanidad, y sus familias tenían que tragarse su dolor.Todo 2010 me dediqué a armarlo y escribirlo. Busqué patrones de comportamiento entre los testimonios que había recogido, sumé datos duros para fundamentar cómo las historias individuales daban cuenta de fenómenos sociales emergentes, busqué rasgos que dieran identidad a los colectivos recién surgidos (como las terapias para huérfanos), profundicé mi reporteo sobre las historias que sabía que podían darle rostro, dimensión e intimidad a toda una problemática y busqué pasar momentos con personas que había elegido como protagonistas. Algunas veces sólo reescribí lo que ya tenía en la libreta o lo que había publicado, porque nunca más volví a ver a las personas que me habían narrado su historia.Leí libros muy variados de todo tipo –como crónicas de reporteros colombianos, teorías sobre la violencia, leyes de reparación para las víctimas, conclusiones de comisiones de la verdad de países latinoamericanos, literatura, análisis sociológicos, etc.—para mirar el fenómeno desde distintos lugares y buscar posibles modelos narrativos para que cada capítulo tuviera un ritmo distinto. Fue un trabajo muy difícil que se alargó un año. Muchas veces pensé que no lo iba a terminar. Para no abandonar el proyecto me obligué a seguir publicando semanalmente para la revista Proceso y así me obligaba a seguir entrevistando a todos los que pensaba podían aportarme una mirada que quizás no había tomado en cuenta, como psicólogos, enterradores, tanatólogos, paramédicos, criminólogos, músicos, sacerdotes, embalsamadores, viudas, activistas, maestros, terapeutas, sobrevivientes, camioneros, políticos, sociólogos o trabajadores sociales.Una de mis máximas preocupaciones es que el libro aportara algo nuevo y diera argumentos para la reflexión y fuera de fácil lectura. La otra fue siempre cómo no revictimizar a la gente y cómo tratar respetuosamente su dolor. En términos personales, tuve muchos momentos de parálisis y de pesadillas. Algunas veces me sentí muy tocada por los testimonios o al profundizar mucho sentí también miedo. El parto fue muy difícil.
2. Poner rostro a las cifras de violencia debe ser una tarea dolorosa, pero necesaria. El periodismo a veces se olvida de ello y mecánicamente convierte a la gente en porcentaje. ¿Qué pasa con esta profesión?
-Cierto. Nos quedamos con los números y nos olvidamos de las personas. Damos la cifra diaria de muertos –el famoso ‘ejecutómetro’— que es una especie de parte de guerra y así, sin poner rostro, nombre, circunstancia, sin decir si el asesinado era un padre de familia o un albañil enamorado vamos colaborando a la desensibilización y a la normalización de la violencia. El problema de borrar rostros es que le negamos a la gente la opción de solidarizarse. Uno no puede solidarizarse con números sólo lo hace con personas.Pero también ponerle rostro es complicado. ¿Cómo haces cuando recibes cada semana en la redacción a una persona que quiere contarte que a su primo lo torturaron, que a su hijo lo desaparecieron o que su esposo fue asesinado? ¿Cómo cuentas la historia del muerto 39 mil 534? Las historias de dolor son infinitas y el reto es cómo contar cada una de manera distinta y salvarla del anonimato.En este caso me ha servido hacer ‘cortes’ a cada tema. Primero, por ejemplo, cuentas las historias de la persona desaparecida. Luego le das rostro de colectivo. Luego buscas a las familias cuando se organizan para buscar a sus familiares. Luego cuentas el maltrato que les hacen pasar las instituciones y la sociedad. O el doloroso penar por buscar en las fosas comunes. Más tarde, cuando ya tienes mucha información, si sistematizas esos testimonios, podrás aspirar a hacer un gran mapa nacional en el que señales en qué carreteras desaparecen y a qué horas, o en qué lugares reclutan forzadamente a los jóvenes para la guerra y qué edades tenían.Aspiro a llegar un día a descubrir esas lógicas y esas pautas, pero aún se ve lejano porque todo es muy caótico.
3. En el capítulo Lucha por Controlar la información nos hablas de hasta tres periodistas: el que se autocensura por temor, el que sigue arriesgando la vida, como el fotógrafo de Juárez, y el ‘infiltrado’ ¿Qué es lo más difícil de ser periodista en México? ¿Cómo se hace periodismo en el país más peligroso para informar?
-Lo más difícil de ser periodista en México es que las trincheras no están señalizadas. Nunca sabes con quién estás hablando. No sabes si el político o el policía o el taquero al que pides información trabajan para un cártel y, en casos muy lamentables, ni siquiera a qué intereses responde el colega con el que compartes oficina o el automóvil. En esta guerra nunca sabes dónde estás parado porque no hay territorios delimitados para la guerra. Y, como bien decía frustrado un colega estadounidense, cubrir a narcos es como perseguir fantasmas. No sabes quiénes son, sus rostros son parecidos a los de cualquiera.Los niveles de riesgo son muy distintos para reporteros locales, nacionales y corresponsales extranjeros. Lo más riesgoso es ser periodista en las zonas narcos porque todos saben dónde vives y a qué escuela van tus hijos. En algunos de esos lugares hay periodistas que sólo tienen permitido reproducir el comunicado oficial y que reciben en su propio celular instrucciones de los narcos o de los militares. En otros casos los reporteros se la juegan todos los días por informar, trabajan en equipo y aunque han perdido compañeros siguen investigando. Yo no cubro narcotráfico así que el nivel de riesgo que vivo es distinto. Mi trabajo es hablar de los daños que causa la violencia a la gente. Los riesgos que corro son por entrar a terrenos minados, y la complejidad de mi trabajo es lograr un nivel de acceso con gente muerta en vida por tanto dolor. Lo más complicado es saber qué publicar para que no maten al que te dio la información y para no volver a victimizar a los sobrevivientes. Pero yo corro menos riesgo que muchos colegas que admiro mucho porque yo no vivo en los lugares que reporteo.
“LA NOTA NO ERES TÚ, ES LA GENTE”
4. La Red Periodistas de a Pie -que cofundaste en 2006- nace cuando México no tenía esta situación de violencia. ¿Cómo ha cambiado esta organización desde su nacimiento? ¿Qué han aprendido? ¿Qué están aportando?
-La red era un grupo de reporteras interesadas en impulsar la agenda social en los medios de comunicación pero a partir de 2007 la violencia nos cambió la agenda. Si cubrías asuntos relacionados con salud de pronto estabas haciendo reportajes de hospitales para baleados, o si el tema era la pobreza terminabas escribiendo sobre cultivadores de amapola o campesinos encarcelados injustamente por vender droga, o si era educación te tocaba reportear las extorsiones masivas en las escuelas o las suspensiones de clases por amenazas de bomba. Cuando se narcotizó la agenda y vimos que el principal enfoque era el policiaco decidimos incluirnos temas desde nuestra mirada social desde un enfoque de derechos humanos. Sin darnos cuenta de pronto ya estábamos organizando charlas de emergencia sobre temas frente a los que carecíamos de herramientas como la militarización en un estado democrático, cómo entrevistar a niños traspasados por la violencia, cómo se visibilizan las víctimas, qué diferencia hay entre las guerras internacionales y la nuestra o cómo se encripta información. (En unas semanas tendremos uno de autocuidado psicológico y manejo del miedo porque la mayoría de los que cubrimos esto cargamos con pesadillas). De pronto nos habíamos convertido también en un espacio de defensa de la libertad de expresión y, desde nuestros medios, en visibilizadores de temas silenciados. Ahora queremos visibilizar también los intentos ciudadanos de resistencia para no contribuir a que la gente pierda la esperanza. (Si respondo en femenino es porque la mayoría somos mujeres).
5. ¿Cómo se cubre Ciudad Juárez sin terminar siendo protagonista de la historia?
-Igual que se cubre todo lo demás. La nota no eres tú, es la gente. Desde Juárez se han contado muchas crónicas en primera persona. Veo que muchos enviados se creen la nota sólo por pisar el aeropuerto, sólo conversan consigo mismos porque les da miedo hablar con la gente y alimentan sus propios prejuicios y se van sin entender. Otros subcontratan a reporteros locales para que les consigan sicarios a quienes entrevistar para regresar a sus redacciones con una nota de portada.Siempre me preguntan que cómo le hago para reportear Juárez y yo digo que no es el sitio más peligroso de México, hay lugares donde mueren muchos más pero a los que no podemos entrar y ni siquiera tenemos registro de los muertos. Pero al mismo tiempo lo que sucede en Juárez es siempre escandaloso y siempre supera todos los límites del horror.Cubrir Juárez es prepararse para cubrir una carrera de largísimo aliento que no sabes cuándo ni cómo terminará. Y que implica un compromiso y un riesgo. Es un reto mantener viva la indignación (y la atención) de la gente que cree que sobre Juárez ya lo escuchó todo. Para hacerlo tienes que desarrollar un método para observar e ir partiendo la realidad por capas. Primero, obvio, se habla de muertos, de cómo cambiaron las costumbres, de la militarización y sus efectos, las violaciones a los derechos humanos, de las extorsiones masivas, de los colectivos de huérfanos y las viudas, luego corres a ver cómo embonan en esta historia el desempleo o la deserción escolar o analizas el sistema de justicia y evalúas la estrategia militar, después asistes a talleres para el duelo colectivo, después investigas quiénes se han ido y quiénes quieren recuperar los espacios públicos o están construyendo bardas más altas… Es un proceso interminable que hay que ir narrando. Hay que saber oler los pequeños cambios. Ubicar a la gente que resiste bajo la catástrofe. Siempre insistir en que aquí mueren muchos. Juárez duele pero también conmueve. Es la ciudad más dolida pero donde he visto más resistencia y ejemplos de esperanza. Repele y enamora. Es una frontera que atrae, que siempre quieres cubrir, que no puedes abandonar, pero al mismo tiempo llega un momento en que tienes que descansar.
SOBRE LAS REDES SOCIALES Y LOS BLOGS trata la segunda parte de esta entrevista.
Publicado por:
Esther Vargas
Periodista. Directora de Clases de Periodismo y La Ruta del Café Peruano. Consultora en Social Media. Editora web del diario Perú21 del grupo El Comercio de Perú. Especialista en periodismo digital, comunicación digital y social media.
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