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Un año después del terremoto

Por Esther Vargas

Publicado el 15 de agosto del 2008

(La portada que hicimos el día de la tragedia. Literalmente, la hicimos temblando)

(Al día siguiente: peor imposible)

¿Qué hacían ustedes a las 6:41 de la tarde del 15 de agosto? Yo había terminado de cerrar una nota sobre juguetes chinos tóxicos. Era la abridora de la sección Ciudad, de Perú.21. Según mis cálculos, a las 7:00 p.m. saldría del diario y me iría a mi casa. Era un miércoles aburrido. La edición en general no parecía nada atractiva. El cierre avanzaba insospechadamente rápido.

La tierra comenzó a temblar. Quienes tenemos terror a los temblores manejamos la costumbre de disimular el miedo y hacer como que no pasa nada. Yo levanté la mirada hacia la oficina de mi jefa. Ella estaba de pie. Su mirada me asustó. Todos comenzamos a mirarnos, preguntándonos si ya iba a terminar. Fueron segundos. La tierra realmente estaba temblando. Y yo jamás había vivido algo así en mi vida. Era mi primer terremoto.

Las columnas -siempre te dicen que te aferres a las columnas-, así que mecánicamente varias de las redactoras y yo nos pegamos a las gruesas columnas. Abrazada a la columna, sintiendo que el piso (el sexto piso del viejo edificio de Miró Quesada) en cualquier momento se venía abajo vi pasar una película: mi mamá, mis hermanos, mi pareja, mis gatas… Toda mi vida pasaba corriendo por mi cabeza.

(Mi relato tendrá un tinte melodramático, lo siento)
Muchos lloramos y nos desesperamos. De pronto, alguien ordenó abandonar el edificio. Me negué. Yo ya me había resignado a lo peor, allí, pegada a la columna, para qué diablos había que bajar… para caer junto con el edificio, pensé. Pero a la desesperación de muchos se impuso el instinto de sobrevivencia de varios compañeros. Así que bajé, maldiciendo y rezando.
Los rostros de la gente (mis compañeros, transeúntes y la señora que nos vende las galletas y el jugo) reflejaban pavor. La tierra se sacudía por rato y mis celulares no servían para nada. Una redactora -que mantuvo la calma- fue la primera que me hizo recordar que yo era la editora de la sección que tendría que cubrir el puto terremoto. “¡Salimos ya!”, dijo Yvette Sierra, como si el terremoto lo hubiera visto por la tele. “Claro, claro…”, respondí, con lágrimas en la cara, y las manos temblando.

Yvette se embarcó hacia alguna parte, donde seguro la tierra se había hundido. La radio no daba reportes concretos. Un estúpido locutor dijo que era en la selva, y lo dijo con ese tono en que todo parece verdad. La redactora se borró de mis ojos. Yo seguía sin saber nada de mi mamá y de mi pareja. No tenía cigarros (en ese entonces fumaba dos cajetillas) y no tenía ni medio céntimo. Además, los vendedores se habían esfumado.

Seguí en la puerta del diario, esperando que alguien diera la orden para comenzar a trabajar. No sabía nada de mi mamá, y eso me tenía al borde. Pensaba en la casona antigua donde vive, en Chorrillos. Pensaba que quizás se había venido abajo.

No recuerdo a la persona que dijo: “Vamos a subir ya, edición especial, cuántas páginas… “. Llegué a la redacción temblando. La edición era recontra especial. Las decenas de réplicas me agarraron en el sexto piso. No sé qué pastilla tomé, no sé cuántos cigarros me fumé, no recuerdo mucho… Solo sé que dirigí la edición especial con el corazón en la mano, pensando que en cualquier momento la réplica se convertiría en terremoto, un terremoto que ahora sí nos mandaría al más allá. En verdad, no pensé que el terremoto nos mandaría al más allá sino a la mierda. No había otra palabra para la ocasión. (Sorry, intenté ser elegante).

Salí del diario a las 3 de la mañana, con las manos temblando y las ganas de llorar de verdad, en un lugar donde nadie me mire.

Cuando llegué a mi casa -donde solo se había roto un Ekeko- prendí la tele. Canal 7. Minuto a minuto los muertos se iban multiplicando. No eran los 72 muertos que habíamos puesto en la portada. No eran los 90 que casi nos atrevemos a poner. Eran ya 135 y serían más. Esperé la mañana pegada a canal 7, el primer medio televisivo en llegar al lugar de los hechos. Notable transmisión.

Las imágenes de Pisco me destrozaron. Ahora sí lloré y lloré. Y sentí muchísimo miedo, y muchísima lástima, porque presentí que la ayuda llegaría tarde, que los políticos se aprovecharían del asunto, que -un año después- las necesidades serían inmensas y el olvido un saco de promesas.

Los días continuaron con una cobertura extraordinaria, y cerca de 500 réplicas recordándonos a cada instante que si trabajáramos en cualquier cosa nuestro tema constante no sería el conteo de muertos, las quejas de los damnificados, las imágenes más crudas de la tragedia.

Hubo gente que pese a la tragedia nacional ya estaba en otra cosa, los periodistas -por lo menos- los periodistas que realizamos la cobertura del terremoto solo teníamos el dolor de Pisco en la cabeza.

Un año después veo la portada de Perú.21 y me pregunto por qué esa imagen era tan predecible. Aún esperan, dice el titular. Ojalá que el próximo año no tengamos: “Siguen esperando”.


(La portada que no hubiéramos querido tener)

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Periodista. Directora de Clases de Periodismo y La Ruta del Café Peruano. Consultora en Social Media. Editora web del diario Perú21 del grupo El Comercio de Perú. Especialista en periodismo digital, comunicación digital y social media.

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