Sandro Mairata

Días de convivir con los Premios Pulitzer

Por Sandro Mairata

Publicado el 15 de noviembre del 2011

Crédito: Columbia University.

Existe toda una mitología respecto a los Premios Pulitzer y confieso haber caído en su embeleso. No sé cuánto discrepen conmigo; la idea de un periodista ganando un Pulitzer no significa (para mí) que eso lo convierta en una estrella del periodismo –si es que hay alguien que crea que “estrella del periodismo” es un concepto serio– sino que se convierte en alguien a quien escucharía con más atención, alguien que de una manera forzada pero aceptable se ha hecho meritoria de mi respeto.

Durante un par de semanas en marzo, los jurados toman varios salones de los pisos 5 y 6 de la Escuela de Periodismo de Columbia y deliberan en torno a los cerros de nominaciones se reciben para categorías que van desde el periodismo como tal hasta la autoría de poemas y de música. Los premios se proclaman en abril.

Quizá Joseph Pulitzer les quiso jugar una broma pesada a todos cuando creó el premio. Él, un inmigrante húngaro con altos conceptos sobre el rol de una prensa independiente y fiscalizadora del poder, era bastante criticado en su tiempo de vida por ser el factótum detrás de The New York World, diario que hoy sería calificado sin temblores como un diario amarillista. Que él mismo haya dejado instrucciones para crear el que sería el premio máximo al periodismo practicado en la primera potencia suena a irmanas de revisión de trabajos a los jurados, presididos por nuestro estimado Sig Gissler, administrador del premio.  en su tiemponía criolla.

Basta ver el lento impacto en el semblante de los jurados durante las semanas de revisión de trabajos, presididos por nuestro estimado Sig Gissler, administrador del premio. A pesar de su avanzada edad, Gissler sigue siendo uno de los catedráticos más estimados de la escuela; su clase introductoria de “Cómo Encontrar Historias”, es el primer punto alto de los meses de maestría en Columbia.

Pero los jurados participan de extensas sesiones de lectura y deliberación que los deja mareados, con los ojos hinchados y visiblemente tensos. ¿Quiénes son los jurados? ¿De dónde vienen? Para esos detalles, les dejo la página web.

Yo les puedo decir que el “ambiente de Premios Pulitzer” sí es tal, y para suerte nuestra, se nos permitió participar de él. Previa inscripción –regida por la norma de “el que llega primero, la toma” (first to come, first served)– podemos entrar a conversatorios con grupos de jurados en un día especial. Eso sí, la Oficina de Servicios de Carrera (Career Services) nos asigna los salones.

Recuerdo que no estuve muy animado con el panel que me tocó así que aproveché un descuido del ojo avizor del Decano Ernest Sotomayor –que vigilaba los pasillos como celador de Alcatraz– y, como decimos en peruano, “me zampé” donde no me habían invitado.

Fue una gran decisión en mi vida.

 

Parte del grupo de jurados que hablaron en “mi nuevo” salón era Aminda “Mindy” Márques, editora ejecutiva del Miami Herald. Yo para entonces (marzo de 2011) ya había sido seleccionado como practicante del diario y fue un gusto conocer su temple y visión noticiosa desde ese entonces. “Tú eres el que viene en setiembre, ¿no?”, me dijo. “Más te vale estar listo para Miami”.

De la conversación con el grupo de jurados –mentiría si dijera que recuerdo sus nombres o sus medios– tuve en claro que se busca lo que en todo concurso: la historia que sobresalga del resto. El añadido especial viene con una serie de valores que suena a utopía: historias que solo expongan, sino que sean un aporte decisivo y honesto de aquello que se reporta. Suena ambiguo y gaseoso, es cierto, pero a eso se dedican los expertos: a decidir qué historia sienten reúne estas condiciones y cuál no.

Parte del ritual cruel es desechar los trabajos excedentes. En el quinto piso, al lado de la sala de implementos técnicos se dejan a disposición dosieres fotográficos de durísimas tapas de cuero, gigantescos, que no tuvieron suerte en años pasados.

Me llevé tres a casa. Uno de ello era una impecable cobertura fotográfica de la destrucción de las Torres Gemelas.

Entiendo el discurso de los que dicen que uno no trabaja para los premios. Partiendo de eso igual diré que el rigor con que se eligen a los ganadores del Pulitzer  merece mi respeto aparte. Conversé con varios de ellos en el coctel social organizado por la facultad.

Vi en ellos cortezas duras, una proyección de los troncos jóvenes que aún somos.

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