Sandro Mairata

Derrotas, derroteros y victorias gracias a FinalCut Pro

Por Sandro Mairata

Publicado el 17 de octubre del 2011

 

Últimos días de edición. El autor y compañero Nick Pandolfo.

Uno de los aspectos más enervantes de aprender FinalCut Pro a un nivel aceptable en unos cuantos –e intensos– meses es que una vez dominados los aspectos básicos del susodicho programa, en algún momento te enteras que en la industria se le toma como un producto poco serio. Por ejemplo, los profesionales de edición cinematográfica prefieren usar Avid (como comprobé cuando asistí al Edit Fest 2011, dos días de conferencias con los mejores editores del medio: estuvieron los editores de Black Swan, Toy Story y del espectacular documental ganador del Oscar, Inside Job).

Las estaciones televisivas también prefieren Avid u otro software como Velocity. Algunos freelances devotos de las PC hablan de las maravillas del Sony Vegas. ¿Por qué? Todos apuntan con ferocidad al sistema de “render” (algo así como “fijación”), que por lo lento y tedioso convierte en trauma las horas pasadas frente a la máquina. En breve para los que no saben de qué hablo: En FinalCut Pro (hasta las versiones previas a la 10, o X, como se le llama ahora), cada vez que colocas un título, o un gráfico menor entre videos, debes hacer “render” para pegar lo que acabas de colocar. La máquina se tomará buenos minutos, quizá horas para unificar todos aquellos detalles que pasaste puliendo en amanecidas sin fin.

De esas amanecidas habla este post. Y de la frustración que se convierte en la base de tu relación con FinalCut Pro. “Para los que hacen documentales y noticias rápidas en video está bien”, dicen los verdaderos pros, deslizando en el comentario que FinalCut Pro, con lo caro que es, sería el programa de los amateurs. Cuando menciono precios, por si acaso, me refiero a las versiones más extendidas de la aplicación, como la 7.0, que yo uso. Apple relanzó el programa este año por $299, completamente rediseñado en su versión X (saltándose las “8” y “9”), aunque no conozco a nadie que me haya dicho nada bueno de ella.

Llevé dos cursos de mucho trabajo en video: Seminario de Documentales, con June Cross, y Perfiles en Video, con Betsy Rate. Llené con velocidad un disco duro de 1 Terabyte en unos pocos meses, y aprendí de muchos panelistas invitados secretos sobre cómo proponer, financiar, filmar, editar y promover proyectos audiovisuales.

“Olvídense de hablar de B-Rolls (material de apoyo)”, fue uno de los grandes consejos. “Piensen en secuencias”. “Cada cosa que filmen tiene que tener verbos. Filmen solo verbos”, fue otra lapidaria. “Editen con fluidez, a veces vale poner música y editarla al ritmo de esta, luego ver cómo queda el producto en silencio”, fue algo que también recuerdo como oro educativo. “Un documental tiene que ser sobre algo que los obsesione y apasione. Si no piensan en él hasta cuando duermen, mejor dedíquense a otra cosa”.

Conversando una noche con Albert Maysles, el maestro documentalista autor junto con su hermano David de Gimme Shelter (1970), el filme sobre el trágico concierto de los Rolling Stones en Altamont, tocamos el tema del tamaño de las cámaras. Él hizo documentales como Salesman (1968) empleando cámaras inmensas, y me intrigaba su opinión sobre las diminutas cámaras que hoy pueblan el mercado. Las nuevas generaciones de directores afirman que estos nuevos modelos, debido a su tamaño reducido, facilitan la relación con los sujetos.

“Es no es cierto”, me dijo Maysles. “No se trata del tamaño de la cámara. Se trata de la relación de confianza que se establece entre tú y tu personaje”. La fría noche nevada en que conversamos terminó extrañamente en un karaoke-bar.

Las salas de edición de video hervían de tensión durante las tardes en que los talleres de noticias televisivas como Columbia News Tonight alistaban sus emisiones. El histerismo en las islas de edición del quinto piso, con videos siendo musicalizados, sincronizados y corregidos por los principiantes que solíamos ser, y las narraciones ensayadas por narradores inexpertos, terminaban en trabajo dispares de los que todos aprendían lecciones de vida.

Los talleres de video produjeron proyectos deliciosos, algunos como este de mi amiga Ina Sotirova, que se convirtió en un documental completo –su proyecto de tesis de graduación y ahora invitado al festival de Dance Films Association.

Este es el tráiler de Freedom2Dance que hace una pregunta de respuesta inaudita: ¿Sabía Ud. que en los locales de Manhattan está prohibido bailar sin autorización municipal?

freedom2dance trailer from Ina Sotirova on Vimeo.

Todos estos trabajos se hicieron en FinalCut Pro. Los hicimos estirando días completos vividos al interior de la facultad. Sacrificamos una cantidad de noches neoyorkinas en tal cantidad que califica de crimen. Pero valió la pena. Algunas iniciativas, como el excelente sitio de videos sobre el futuro del periodismo, Fast Forward News, ya no están en línea por completo. Lamento que así sea porque me hubiera gustado linkear desde aquí.

Lo que sí comparto es el grandioso proyecto News21, un proyecto con dinero de la Knight Foundation y la Carnegie Foundation de Nueva York para realizar reportajes sobre temas críticos de cambio en Estados Unidos como inmigración y salud. Las universidades participantes son Arizona State, Berkeley, Columbia, Maryland, North Carolina, Northwestern, Southern California, Syracuse y otras escuelas asociadas.

Esto es lo que produjo el capítulo Columbia de News21: Una investigación completísima sobre lo que significa envejecer en Estados Unidos.  Me despido dejando con mucho orgullo el link a la página de videos de News21.
ACTUALIZACION, martes 18.10.2011: Me animo a compartirles otro video, extraído de News21, elaborado por mis queridos amigos Léa Khayata y Nick Pandolfo, con quien aparezco en la foto abridora de este post. Revisen la calidad de este video sobre comedores y ancianos, llamado Strapped.

Strapped from Our Future Selves on Vimeo.

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