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Mujeres y periodismo: el reto de eliminar barreras

Por @cdperiodismo

Publicado el 09 de agosto del 2016

Por Diego Salazar

En Perú existen entre 60 y 100 periódicos. Es imposible conseguir una cifra exacta. Créanme que lo he intentado. De ellos, actualmente, solo hay uno dirigido por una mujer: El Chino, que lleva en el postón el nombre de Silvia Gavidia Román. Con ella, hasta donde he podido averiguar, son seis las mujeres que han ocupado alguna vez la dirección de un diario en el Perú. Seis mujeres en 226 años de historia periodística (el primer diario reconocido como tal fue El Diario de Lima, fundado en 1790). El periódico de propiedad privada en actividad más antiguo del país, El Comercio (que al igual que Perú21 es parte del Grupo El Comercio), ha tenido 15 directores en sus 177 años. Todos hombres. El diario oficial El Peruano, que en octubre cumple 191 años, ha tenido una directora.

Imaginemos que 60 ha sido la cifra constante de diarios existentes en los siglos XX y XXI —descartemos el XIX—, es decir que siempre ha habido 60 diarios en activo en el país (es imposible saberlo por la falta de registros, pero acordemos ese número para este ejercicio). Asumamos que el mandato promedio de un director es de 10 años. En 116 años, un periódico tendría unos 12 directores. Si tenemos 60 diarios, este cálculo arroja que de 1900 hasta hoy ha habido en el Perú 720 directores de periódicos. Seis de ellos han sido mujeres. Es decir, el 0,8%. Repito: el 99,2% de los directores de diarios en la historia del país han sido hombres.

Digamos que no fueron 720 directores, sino la mitad. Seguiríamos teniendo solo seis directoras mujeres de 360 en nuestra historia, o sea el 1,6%.

En Latinoamérica el asunto mejora un poco, pero no mucho. Un botón de muestra: en los diarios miembros del GDA que agrupa a las 11 cabeceras más importantes de América Latina, solo hay dos directoras. O más bien, una y un tercio: El Nuevo Día de Puerto Rico es dirigido por una mujer, mientras que El País de Uruguay tiene un triunvirato de directores, de los cuales una es directora.

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En el periodismo ocurre lo mismo que en muchas otras industrias dominadas históricamente por hombres: en los últimos 20 o 30 años las redacciones han dejado de parecer patios de recreo de colegio de curas para atraer a más mujeres. No hay datos peruanos fiables pero el informe anual de la Asociaciones de Editores de Prensa de Estados Unidos (ASNE, en inglés) de 2015 encontró que el 62,1% de periodistas trabajando en medios norteamericanos son hombres y el 37,9% mujeres. En Perú21, más o menos, repetimos ese ratio: de 39 redactores, 25 son hombres (64,1%) y 14 mujeres (35,9%). Mejoramos si se trata de editores: de 11, seis son hombres y cinco mujeres.

La brecha se ha acortado en números, pero al igual que en otras profesiones con prestigio social —alicaído en nuestro caso, pero prestigio al fin y al cabo— una mujer alcanza su techo laboral en un diario antes de acceder a puestos directivos. Incluso cuando logra la silla de directora se le somete a un escrutinio distinto al de sus colegas hombres. Esto fue materia de una intensa discusión en los medios americanos en 2014, cuando la primera y, hasta ahora única, directora del New York Times, Jill Abramson, fue despedida. La historia de lo que ocurrió realmente aún está por contar, tanto Abramson como el Times como algunos reporteros que dieron cuenta del caso han relatado diversas versiones. Pero la versión oficial, en boca de Arthur Sulzberger Jr —presidente del directorio de la empresa— es que existían problemas con el “estilo de management” de Abramson. A lo que ella respondió: “Se dijo que se debía a mi estilo. Yo era una directora frontal, y había gente que trabajaba para mí a la que eso no le gustaba. Las mujeres en roles de liderazgo son escudriñadas de forma constante y, a veces, de forma distinta a los hombres”.

Que una periodista, editora o directora sea mujer no garantiza nada en términos de calidad. Un periodista puede ser bueno, malo, competente, inútil, culto, ignorante, honesto, corrupto, con independencia de su sexo o género. La identidad sexual de una persona, así como su raza o creencias religiosas, pese a lo que se diga en campaña electoral, no es un valor en sí mismo. Pero si bien no hay incidencia directa sobre la calidad, sí la hay sobre la representación de hombres y mujeres en los medios. Un estudio publicado en octubre de 2015 en The America Sociological Review encontró que el 82% de los nombres mencionados en prensa norteamericana entre 1983 y 2009 respondían a hombres. De nuevo: el 82% de las personas mencionadas en prensa en las dos últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI tenían nombre de hombre. Si bien no tengo estudios concretos, resulta verosímil suponer que, de existir más mujeres en puestos directivos, esa disparidad no sería tan exagerada. Y no porque las mujeres sean necesariamente menos machistas —esa es otra discusión—, sino porque las periodistas, por lo general, están más al tanto de lo que hacen otras mujeres que sus colegas hombres.

Cuando se pregunta a un directivo/director/editor/periodista ¿por qué no consideró una mujer para ese puesto/columna/artículo/conferencia?, las respuestas suelen ser: “no se me ocurrió ninguna”, “hay menos mujeres en ese campo”, “las que hay no son tan conocidas”, “no estaban disponibles”. A partir de ahí, por lo general la discusión deriva a la injusticia o ineficacia de las “cuotas”. Pero, creo, no se trata de cuotas, sino de eliminar barreras. Una de esas barreras son las anteojeras que nos hacen ver a un hombre como el sujeto estándar para la mayoría de labores, o para aquellas que son consideradas valiosas por la sociedad.

Lo explica mejor la economista Myra Strober, una de las mayores expertas mundiales en mujeres y trabajo, quien acuñó el término “segregación ocupacional” para referirse a la manera en que las personas y profesiones están repartidas en base, sobre todo, al género. En un episodio del podcast Freakonomics Radio titulado ¿De qué están hechas las barreras de género?, Strober hablaba de su experiencia en los años 70. Por entonces, Strober era profesora en la Escuela de Negocios de la universidad de Stanford. La junta de asesores le había informado al decano que necesitaban contratar más profesoras mujeres. Pero no podían, porque no había suficientes graduadas en la materia. Así que se urgió a la Escuela de Negocios a admitir más mujeres como alumnas. El problema era que había muy pocas solicitantes.

Stober formó parte del equipo que se creó para salir a reclutar estudiantes mujeres. Solo tuvieron que trabajar el primer año. En cuanto se supo que Stanford estaba deseosa de sumar mujeres a su programa de negocios, las aplicaciones se multiplicaron sin necesidad de mayor esfuerzo.

Stober, en otro momento dice: “Creo que cuando un empleador o una industria está pensando en contratar más mujeres para trabajos que han sido dominados por hombres, tienen que ser un poco creativos. Creo que uno podría atraer más mujeres hacia la ingeniería, por ejemplo, si se discutiera y pusiera sobre la mesa cómo los ingenieros contribuyen a la sociedad. Las mujeres quieren contribuir a la sociedad. Y eso es lo que hacen, a grandes rasgos, los ingenieros. Pero así no se vende la carrera de ingeniería”. A veces, los grandes cambios ocurren a partir de soluciones sencillas pero revolucionarias para el momento.

Si bien los medios tradicionales parecen todavía atados a usos del pasado, los nuevos medios no son nuevos solo por su juventud sino, algunos, también por sus ideas. La primera directora regional para las Américas de Buzzfeed —la empresa de medios más importante del mundo, según el analista Ben Thompson — es una joven y talentosa periodista argentina llamada Conz Preti. Imagino, o quiero imaginar, que las grandes y clásicas cabeceras periodísticas del continente no tardarán mucho en seguir ese ejemplo.

(*) Editor Multiplataforma del diario Perú21.

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