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Fernando Ávila, un editor al acecho

Por @cdperiodismo

Publicado el 02 de diciembre del 2016

Por Ingrid Ramírez

A las seis de la mañana, como cada domingo, Fernando Ávila baja al primer piso de su casa, recoge el diario El Tiempo de Colombia y se sienta en el comedor.  Abre su libreta de apuntes y toma un sorbo de la bebida gaseoso que nunca le falta mientras lee el diario. Encuentra un error en un anuncio publicitario, y lo escribe en su libreta: ya tiene el tema del que tratará su próxima columna. Si le piden algún consejo para escribir, él dará dos: escriba palabra precisa y complete una frase sencilla con sujeto, verbo y complemento.

Estos consejos de gramática se aplican de manera coincidente en él: es  preciso, como las palabras que usa para expresarse; y es  sencillo, como las frases que construye, puesto que a pesar de su amplia formación profesional y el éxito que han tenido sus libros, siempre ha sido modesto. Esto construido con ayuda de su familia y amigos, que conjugados con los verbos amar, comprender y perdonar, han formado la persona que hoy es. Su esposa Diana Rojas, lo define como una persona meticulosa, «es muy generoso, es honesto, ante todo disciplinado y confiable».

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La revelación de un don

Cuando Ávila era niño frecuentaba una librería en el centro de Bogotá junto a sus hermanos y su mamá, Lilia Gómez, para comprar libros ilustrados de la colección de Molino de Papel, y para reclamar el tomo que correspondía a la suscripción de Círculo de Lectores (que en ese entonces publicaba novelas). Fue ella quien inculcó el amor por la lectura a Fernando, por la forma como leía y porque él se maravillaba con la posibilidad de ver pequeñas películas rodar en su cabeza. Fausto Ávila, padre de Fernando y de quien este heredó su carácter fuerte y valores como la templanza y la honestidad, solía comprarle un libro cada quince días. «Era hasta gracioso. Ahora si entran a las casas hurtan televisores o computadores. A mi casa entraban a robar libros. Había un montón».

En su biblioteca se encuentran dos estantes largos ocupados por obras de autores como Gabriel García Márquez, Oscar Wilde, Herman Hesse, José Saramago y Paulo Coelho, por quienes profesa una gran admiración. Se roba toda la atención un estante para sus libros de consulta, la colección que Ávila tiene de cada edición impresa de su libro Español correcto para dummies (con más de 30.000 ejemplares vendidos en Colombia, Argentina y España), junto a obras de gramática como Dónde va la coma y La vuelta al español en 80 guías, y algunas narraciones como Sacerdotes católicos casados y Cuentos barrocos (reportaje y obra literaria respectivamente).

Ávila cursaba primero de bachillerato en el antes llamado Instituto del Carmen, actual Colegio Champagnat, cuando un profesor sugirió al salón hacer un periódico. La idea encantó a Fernando, quien desde siempre sintió «la necesidad y el deseo de escribir». Su periódico tuvo tanto éxito y buena acogida que en quinto de bachillerato era quien se encargaba del periódico del colegio. «Era hasta moderno porque lo hacía con esténcil electrónico y le ponía fotos», recordó Ávila.

Tan pronto inició la vida universitaria entró a trabajar en la revista Diálogos Universitarios. Cuando supo que la escritura era su vocación y a lo que se quería dedicar, atormentaba a su amigo Hernán Restrepo Cardona con la pregunta que titula su primer libro y trabajo de grado de la universidad: «¿Cómo se escribe?» Hernán, que escribía para la revista Arco, (donde Fernando añoraba escribir), siempre contestó a su interrogante con dos palmadas en el hombro y una risa burlona. Nunca le dijo cómo escribir. Un par de años después, al terminar su carrera universitaria, lo contactaron para ser jefe de redacción de la revista Arco

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La Fundación Redacción

Trabajaba como profesor de redacción de tiempo completo en la Universidad de la Sabana de Bogotá cuando decidió ir a Navarra, España, para formarse como profesor de redacción periodística. Al regresar a Colombia en 1981, era el primero en tener un título profesional para enseñar a escribir a futuros periodistas. Además, contaba con una especialización en creación literaria. A finales de ese año, Delfín Acevedo Restrepo, entonces jefe de capacitación de Carulla, contactó a Fernando para decirle «Necesito un curso de redacción para los gerentes». Y a partir de entonces surgió la vocación de su vida: dar cursos de redacción para las empresas.

La Fundación Redacción (FR), fundada por su esposa Diana Rojas, surgió ante la necesidad de encontrarle una institucionalidad a las capacitaciones. La FR, de hecho, no es un edificio con aulas como sería común pensarla. Más bien, son dos computadores en el tercer piso de la casa de los esposos Ávila. Por medio de esta fundación, tanto Diana como Fernando han trabajado como asesores de redacción a distancia, han dictado de 30 a 40 talleres de redacción anuales para ejecutivos en empresas como Carulla, Compensar, Isagén y Ecopetrol; algunas instituciones gubernamentales y bancos.

Alter egos de Fernando Ávila

En 1978, en dos oficinas de la actual Casa Santander, funcionaban en paralelo la entonces recién fundada agencia de noticias Colprensa y la emisora Promec Radio, un proyecto que estaba emprendiendo Jota Mario Valencia.

Fernando Ávila fue el encargado de poner en funcionamiento a Colprensa. Él era el jefe de redacción, el que escribía las columnas, el barrendero y hasta el señor de los tintos. Colprensa «nació como una agencia de columnas», y según el tema, Fernando firmaba con seudónimos: «Si la columna me quedaba muy femenina, firmaba como Pilar Fernández Villamil. Si quedaba chistosa, firmaba como Epifanio León», recordó Ávila.

Los programas radiales que se grababan en Promec Radio bajo la dirección de Jota Mario Valencia eran transmitidos por Radio Visión, en Medellín. En los programas, aparecía Fernando Ávila haciendo comentarios, pero no como él mismo, sino como Jairo Jiménez Pinto.

—Pero, ¿por qué usar seudónimos y no su nombre?

—Porque son mis otros yo. Mis otras identidades, pero en todas hay algo de Fernando Ávila.

Quizá esa respuesta explique por qué ama los bambucos colombianos, acompañados de un tiple y una guitarra, y que, no obstante, en una asesoría a las cadenas radiales de RCN haya descubierto el reguetón y le haya gustado: «Este Maluma si es mucho tipo genial».

¿Y ahora, qué falta?

  «No quiero viajar. Así de raro como suena eso. Quiero quedarme aquí sentado», declaró Fernando. El trabajo como asesor de redacción para empresas lo ha llevado a todos los rincones del país; desde Orito, en Putumayo, hasta Tibú, Norte de Santander. «Ya no quiero estudiar nada».  Con Diana Rojas, emprendió un proyecto como editorial, a partir de la publicación de los libros Cómo se escribe y Cómo se escriben cartas de negocios, como editorial Redacción.

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