Claves

El periodismo que aprieta el gatillo: La responsabilidad de los medios en la violencia machista

Por Milagros Olivera Noriega

Publicado el 12 de agosto del 2016

Cuando una mujer es violentada, ¿a quién culpar? Más allá del autor mediato, ¿cuántos responsables podemos identificar? ¿Cuántos de ellos quedan impunes? En Perú, el argumento generalizado que las y los periodistas esgrimen es que ellos se limitan a contar la realidad, los hechos tal-cual-son.

“Me parece ridículo ensañarse con la prensa porque da noticias de que las mujeres son golpeadas, maltratadas o asesinadas. Molestémonos con los que las matan, las asesinan y les pegan. Yo no tengo la culpa de que haya un señor que le pega a su mujer. Entonces, en realidad, creer que la prensa tiene la labor de…de nada. De informar, esa es nuestra chamba. Educar, concientizar, hacer políticas de Estado, eso le toca a otros ámbitos de la población”, declaró hace cuatro años Patricia del Río, reconocida periodista peruana que -en un minuto- sintetizó una idea colectiva dentro de las salas de prensa.

El error está en concebir la responsabilidad de comunicar como un proceso automático, donde quienes lo hacen se exponen ante la sociedad como seres ‘objetivos’ y aliados de la ‘verdad’, como si las y los periodistas se pudieran desprender de su inherente subjetividad. Como si “crimen pasional” fuera lo mismo que feminicidio.

Los individuos, como señala Margarita Zegarra, “desarrollan  sus prácticas sociales en relación a los discursos, los cuales influyen en la construcción de la realidad. El lenguaje, antes un mediador que un espejo de la realidad, colabora en dicha construcción”. Pero, ¿qué hacer si los discursos vienen tallados de odio? ¿qué hacer si los discursos se resisten a tratar la violencia machista como lo que es? Es decir, un problema estructural que va más allá de un padre que viola a su hija. Que parte de los roles de género, transita por el humor sexista, homofóbico, transfóbico. Atraviesa el acoso y el abuso verbal, se materializa a través de las violaciones sexuales y del abuso físico, y tiene como cúspide mortal el feminicidio.

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Es necesario comprender que la ciudadanía está claramente influenciada por lo que lee, ve, escucha, etc. A partir de estas manifestaciones, las personas van formando gran parte de sus juicios, prejuicios, ideas y convicciones.

La violencia contra la mujer en el Perú es una práctica que se reproduce en distintos espacios –medios de comunicación incluidos- que se reinventa y se involucra de forma espontánea en nuestra cotidianeidad hasta que es naturalizada por los y las demás. Por ese motivo, es necesario exponer a quienes son actores de esta violencia, pero cuya responsabilidad pasa desapercibida.

En Perú, por ejemplo, el diario El Comercio se refería así al doble feminicidio ocurrido en la playa Montañita, de Ecuador:

“’Eran unas niñas muy tranquilas’, dijo la administradora del hostal en Ecuador donde se hospedaron durante once días. ¿Qué pasó entonces? (…)”.

Esta pregunta, breve y aparentemente inofensiva, realizada por el periodista a cargo de redactar la nota, no hace más que alimentar el perverso sentido común que establece que hay mujeres que ‘buscan’ el feminicidio y hay otras que no. Y las “traquilas”, evidentemente, no ‘buscan’ que las maten. Los periodistas, qué duda cabe, siguen tratando los feminicidios como si se trataran de suicidios asistidos.

A inicios de febrero, el periodista deportivo Silvio Valencia dijo que “las mujeres a vender zapallos, tamales”. Para cerrar con broche de oro, agregó: “las mujeres a vender fruta, pero en el fútbol no se metan”. El mensaje fue emitido a través de Radio Exitosa, y si bien el comentarista fue despedido del programa, las distintas emisoras radiales hacen de la violencia contra la mujer un espectáculo de divertimento. Phillip Butters, locutor de Radio Capital y periodista deportivo devenido en opinólogo, tiene un sintonizado espacio donde emite contenidos del tipo “Mujer que no jode es hombre”. Ahí, expresiones como “macho que se respeta no baja la tapa del wáter” o “la mujer jode de manera inversamente proporcional a su estatura. Mujer chata te jode y te persigue y te habla”. Son 30 minutos de misoginia radial, en una de las emisoras más sintonizadas de Perú. Y no, no es un hecho aislado.

Si se tratara de un hecho aislado, el diario Karibeña no hubiera publicado, a propósito del Día internacional de la mujer, un especial titulado “Consejos prácticos para evitar una violación”, donde refieren que “las mujeres con cabello corto no son blancos comunes (de los violadores)”, porque, según ellos, los violadores “lo primero que observan en una víctima potencial es el peinado”. La información difundida -que carece de sustento- cae en el tópico de culpabilizar a la mujer violada bajo argumentos que cuestionan su vestimenta y sus decisiones (¿por qué caminaste por esa calle? ¿por qué no gritaste? ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?). Sin embargo, fue publicada en un medio de comunicación, como lo fue también el titular del periódico La Cuarta, en Chile, que dice, literalmente: “El amor y los celos la mataron”, en alusión al feminicidio perpetrado contra la colombiana Andrea Aguirre. Y como lo fue aquel absurdo perfil sobre otra víctima de feminicidio, publicado en Clarín de Argentina, titulado “Una fanática de los boliches, que abandonó la secundaria”, donde se leía, como si mañana ella los pudiera desmentir, que “la vida de Melina Romero no tiene rumbo”. Y Melina Romero, una joven asesinada por un grupo de feminicidas, no podía levantarse y decirles: Periodistas, por favor, dejen de justificar mi asesinato.

“Cuando alguna de nosotras hace algo negativo, cualquier cosa, los medios se dedican a hablar del tema, demonizándonos. Cuando a nosotras nos matan, sin embargo –y esto pasa a menudo- los medios de comunicación callan. Nosotras estamos por debajo, incluso, de las mismas mujeres”, me comentó Stacie -una mujer trans de Colombia- en junio de este año. En Perú, la forma en que los medios de comunicación abordan las problemáticas de las mujeres trans es similar.

Este año fue asesinada Zuleymi, una adolescente trans de Trujillo. Se trató de un crimen de odio. Luego de este hecho, UNICEF pidió a los medios de comunicación “realizar un tratamiento informativo responsable y respetuoso de los derechos a la identidad e intimidad que tienen todas las personas”, pues diversos noticieros, periódicos y portales web insistían en llamar José Luis a Zuleymi, persistían en asignarle una identidad con la que ella nunca se identificó. Y Zuleymi, de 15 años,  de pasadores rosados y zapatillas blancas, tampoco podía levantarse y demandar, furiosa: Periodistas, por favor, dejen de maltratarme.

Ningún medio –está de más decirlo- le contó a las y los espectadores que Zuleymi vivió sin que sea reconocida su identidad de género. Tampoco explicaron que en Perú no hay una ley que castigue los crímenes de odio. Zuleymi fue una noticia de relleno más.

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El sábado 13 de agosto distintas ciudades de Perú serán parte de una marcha masiva en contra de la violencia machista. Caminarán mujeres comunes, víctimas, aliados, victimarios arrepentidos e irredentos, mujeres clasistas, hombres racistas, gente de fe, niñas, adolescentes, policías que te preguntan si fue tu culpa ser violada, etcétera. Caminarán en una marcha en contra de la violencia machista y dirán a unísono “Ni una menos”. Y quienes retraten ese momento serán aquellos que fotografían a La Malcriada del Trome. Y quienes redacten la nota serán quienes justifican a los violadores sexuales llamándolos “monstruos” o “enfermos”. Y quienes narren la marcha en los noticieros televisivos serán los mismos que llaman “presunto agresor” a Adriano Pozo, un hombre que intentó violar y asesinar a su expareja. Y a quien llaman “presunto agresor” así exista un video explícito que evidencia el ataque.

Pero ojalá este 13 algo –o alguien- cambie.

Publicado por:

Feminista. Estudio Periodismo en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Fui editora de Cultura de Diario16.

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