Entrevistas
Alejandro Almazán: “Cuando se me va el miedo es que me pongo a teclear”
Por Milagros Olivera Noriega
Publicado el 08 de julio del 2014
Alejandro Almazán suena como el hombre que se comportaría igual frente al presidente, a un buen amigo o a un ladrón. Despojado de caretas y de las poses de celebridad que ostentan no pocos cronistas, el mexicano que ha ganado tres veces el Premio Nacional de Periodismo en su país y el año pasado el Premio Gabriel García Márquez en la categoría Crónicas y Reportajes concede una extensa entrevista en la que brinda detalles de su carrera, de la noche como enemiga de sus jornadas de reporteo y del miedo, esa sensación que conoce desde pequeño y de la que huye dando vueltas en círculo.
¿Cómo logras abordar el narcotráfico o la pedofilia sin caer en el amarillismo e incluso agregándoles a tus textos dosis de poesía?
-Pues mira que no sé. Es el hecho de siempre estar tratando de contar una historia. Yo creo que eso me lleva a teclearla de esa manera. También porque entiendo que la gente, sobretodo acá en México, ya está muy harta de ver tanta sangre. Le ha entrado mucha sangre por los ojos y por los oídos. Entonces de una u otra manera yo y otros amigos hemos pensado que si contamos la violencia de otra manera, donde la escritura sea sencilla, donde haya otra forma de andamiaje literario y si le metemos un poco de poesía, seguramente la gente sí va a leer esas historias.
Desde que te iniciaste como reportero hasta ahora, ¿ha variado la forma en que construyes las historias?
-Ya no me gusta regodearme con la sangre –te estoy hablando de textos del 2000 al 2005 quizás– donde sí me regodeaba un poco de la sangre. Yo trato de meterme un poco en la psicología de los personajes, saber qué diablos traen en la cabeza para entenderlos, no para justificarlos. Y darnos cuenta que el narcotráfico no es en mi país un problema de unos rancheritos que bajaron del cerro con armas y con droga y que están traficando, sino que más bien es un problema que parte de los gringos, que está involucrado el Estado, el Ejército, la policía, los empresarios. Entonces es un problema mucho mayor.
Has dicho en una entrevista que ni envidiabas ni odiabas al Chapo Guzmán porque no haces juicios de valor respecto a personas que no conoces. ¿Cómo hace un periodista para estar frente a alguien que de facto ha hecho algo muy malo y no juzgarlo?
-Yo creo que no debes de tener ninguna moralidad en ese sentido. Estás frente a un asesino y tienes que hablar con él. O sea, te quitas esta moral porque no tienes por qué juzgarlo. Digo, yo estudié Comunicación pero en mis cuatro años no me dieron ningún diploma para yo poder juzgar a alguien. De hecho ni mi terapeuta me juzga. Yo no tengo por qué juzgarlos, solamente es irlos a escuchar. El problema es que la mayoría de los que son reporteros tratamos de decirle al lector de nuestro texto que el tipo es un malo y desde un inicio juzgamos. Incluso en las entrevistas, como estamos con ellos empezamos a contrapuntearlos. Y yo creo que no, yo creo que así como hablas con una persona normal que tiene su historia que no tiene nada que ver con el crimen, eso mismo tienes que hacer con los criminales, con las personas que están señaladas. Porque en el momento en que tú empiezas a actuar como el Ministerio Público o como sacerdote, creo que en ese momento no haces clic con el personaje y terminas pintándolo como si fuera el diablo. Y yo no creo que haya verdaderos diablos ni dioses. O sea, a mí me parece que simplemente somos personas, seres humanos complejos.
Entonces, ¿qué hacer para evitar caer en calificativos que determinen la entrevista o definan al entrevistado?
-Yo creo que hay que evitar decir si es bueno o es malo. Si es malo hay que contar las cosas que ha hecho malas, si es bueno hay que contar las cosas también buenas. Esa tendría que ser nuestra mejor arma. Quitarnos esa falsa moralina y decir: a ver, estoy frente a un asesino, pero tampoco vengo a aventarlo a los tiburones. Yo creo que así es como logras meterte con uno de estos personajes. Es difícil y creo que tiene mucho que ver de dónde viene uno.
¿De dónde vienes tú?
-Yo vengo de un barrio acá en México muy peligroso, donde me ha tocado ver muchos muertos. Mi mamá tenía una tienda de abarrotes y frente a la tienda, por lo menos, vi seis muertos. Es un lenguaje que tú conoces. El barrio te enseña ciertas cosas, te enseña ciertos códigos. No estoy diciendo que los reporteros que nacieron en seda no lo puedan hacer, o sea, también creo que lo pueden hacer, pero en mi caso es mucho más fácil porque vengo de eso.
¿Cómo alguien que viene del infierno sale del mismo y se involucra con las letras?
Cuando tenía como 6 o 7 años yo supuse que lo que iba a ser de grande era manejar un colectivo. Uno de esos donde la gente se trepa para llegar a una estación del Metro o llegar a otro lado, porque eso era como lo más lejano que había en mi barrio. Pero entré a una preparatoria que me hizo salir de mi barrio y me hizo entender que había un mundo más allá. Y que existen los libros y que había una carrera como Periodismo y que yo quería hacer eso.
En las Chicas Kaláshnikov, tú le preguntas a Yaretzi si no sueña con toda la gente que ha enviado al matadero ¿Sueñas tú con alguna de tus fuentes? ¿Sueñas con los niños de Acapulco Kids?
Siempre que reporteo estas cosas generalmente salgo del D.F., me voy al norte del país y cuando regreso lo primero que hago es dormir todo el día porque te desgastas. Son temas vampirescos, terminas como donando sangre. Pero a algunos personajes si me tocan soñarlos. A los chicos de Acapulco Kids los soñé un buen rato. Yo había hecho otro texto de prostitución infantil en Tijuana y al personaje central –que también se llamaba Alejandro– lo soñé terrible. Muchas, muchas, muchas veces. Es el que más he soñado.
“NO LES JUEGO CHUECO A LAS FUENTES”
¿Qué relación estableces con tus fuentes posterior a la entrevista ?
-La relación que tengo con mis fuentes después del texto es curiosa. Con la mayoría, cuando sale el texto, trato de hacérselos llegar por equis vía. O sea, si un amigo me sentó con él pues le hablo a este amigo. Le digo: “Oye, enséñale el texto a tu compa a ver qué le pareció” y ya después este bato o mi amigo me llaman y me dicen “oye te quedó bien, cuando quieras, pues. No hay bronca”. Eso me ayuda a que cuando vuelvo a ir a esa ciudad busco a esos personajes –algunos ya están muertos o ya no viven ahí–pero los que sí están pues bueno llego donde ellos y les digo: “oye, mira, estoy haciendo un tema sobre esto, y no sé qué tanto me podrías ayudar”. Y ellos me dicen: “mira, de eso no sé, pero si conozco a alguien que te puede echar una mano”. Eso a mí me ha ayudado a conservar las fuentes, porque no les juego chueco.
Solamente con una si me hice su gran amigo. Una chica que secuestraron e hice un texto que se llamaba “Cinco días secuestrada, cinco días de infierno”. En el texto se llamó Ana, pero se llamaba Alejandra Olmedo, murió hace algunos días. Entró al hospital por unas piedras en el riñón pero agarró una bacteria y terminó muriéndose. Yo me sentí muy triste con la noticia porque Ale me dio su historia, me dio un premio –con ese texto yo gané un premio- me dio su amistad. Y yo me quedé pensando que a lo mejor solo le di un texto, no le di más.
¿Ves tú trabajo como periodista como una contribución a la sociedad?
-Yo creo que lo que hacemos nosotros al final son como una especie de gritos. ¿No? O sea aventamos nuestros gritos a la sociedad y esos gritos terminan siendo nuestros textos. Yo creo que el papel que nosotros tenemos es estar pendientes de las cosas que están bien y que están mal en la vida.
¿En qué crees? ¿Qué haces cuando estás reporteando y tienes miedo?
-Soy un católico estándar, es decir, sólo cuando las veo terriblemente me acuerdo que existe Dios. Pero trato de hacerle mucho caso a mi instinto. Cuando he estado en situaciones muy fuertes pienso en mi mamá. Te digo; mi madre murió en el 2007. Entonces pienso en ella y me encomiendo a ella. Pero hay días, sobre todo en las noches, cuando estoy en ciudades donde llegas al hotel como a las 8, 9 de la noche y ya estuviste exhibiéndote en alguna parte de la ciudad y ya la gente te vio. Entonces estás esperando que alguien abra la puerta de tu hotel y te lleve, porque así ha pasado con muchos compañeros.
¿Por qué parte empiezas? ¿El cuerpo o el título?
-Si no tengo el título yo no puedo escribir. Para mí, el título es lo que me guía, lo que me dice esto es lo que quiero contar. Cuando yo llegué a México ya sabía que se iba a llamar Chicas Kaláshnikov. Yo tengo un pizarrón aquí en mi casa en donde voy poniendo todo. Y es mi guía. Entonces cuando estoy tecleando estoy mirando siempre al pizarrón y obviamente mi libreta de apuntes. La mitad es reportear y la otra mitad es escribir. Quién piense que el 10% es reportear y el 90% es escribir o viceversa está jodido.
¿Cómo organizas tu texto?
Yo me voy imaginando el texto como si fuera un cortometraje, entonces hago una especie de storyboard donde digo: en el bloque uno voy a poner esto, en el bloque dos voy a poner esto, en el bloque tres voy a colocar tal cosa, en el bloque cuatro este va a ser mi final. Y así es como me voy relajando. Ya cuando se me va el miedo es que me pongo a teclear, porque de esas ciudades sí regresas con un poco de miedo, un poco de incertidumbre. Además, como ya estas analizando la información, ya la depuras. Ya sabes qué es lo que vas a tener que autocensurarte, porque no es fácil poner de pronto nombres o no es fácil dar por hecho algo, porque eso te puede llevar a un peligro.
¿Has dejado de contar historias porque el riesgo era muy grande?
-He tenido que dejar historias porque no me convienen o porque me han amenazado. Como ya me han pasado esas cosas y no están buenas, y no son divertidas…O sea, nunca es bueno que te llamen por teléfono a decirte que te van a matar…Trato de a veces decir sí, está muy padre la historia, seguramente le daría vuelta al mundo pero no, yo no le voy a entrar y sanseacabó. Ya no es como en los veintes que quieres hacer una historia y quieres que todo el mundo sepa lo que lograste hacer, eso ya pasó.
-En la actualidad ¿qué buscas?
-Ahora estás como en otro viaje, en un viaje distinto. Ya no te importa que tus notas sean las de ocho ni que estén en portada. Ahora lo que te importa es que la gente te lea. Pero la gente, no tus compañeros, ni los editores, ni el círculo rojo -que son los políticos–sino más bien el círculo verde, que es la gente. La señora que vende pan, la señora que vende jugos, el señor que vende quesadillas, la señora que está vendiendo banderitas, el que te está acomodando el carro. A eso aspiro.
¿Te gustaría dejar la crónica y dedicarte a la ficción?
-He hecho textos de ficción, o sea tengo dos novelas de ficción y he llegado a hacer cuentos de ficción, pero me tardo muchísimo. En una novela me tardé cinco años, en otra me he tardado tres, en otra llevo como cinco años intentado hacer el primer capítulo. Entonces la verdad que como dice Gay Talese “es mejor ir a reportear que escribir ficción”.
“TIENES QUE PAGAR UN DERECHO DE PISO PARA TI MISMO”
Justamente Gay Talese declaró que los periodistas están haciendo mal su trabajo porque les falta imaginación y olfato para saber dónde están las buenas historias, ¿Qué opinas de eso?
-Yo creo que con mi generación todavía hubo gente que nos enseñó, que nos decía oye, jálala por acá o algo. Tampoco es que nos enseñó todos los días pero digo, sí fuimos huérfanos pero nos enseñaron algo. Y yo creo que las generaciones que están saliendo de la universidad, sobretodo como les encanta el rollo de la crónica, entonces inmediatamente quieren hacer crónica, y yo creo que no, que primero tienen que pagar como un derecho de piso, pero simplemente por algo: porque andar por la calle y estar reporteando la nota diaria les va a dar un olfato distinto, les va a dar el olfato para decir “acá hay una historia”.
Cada vez el hecho de pagar derecho de piso está peor visto…
-Tienes que pagar un derecho de piso no para nadie, sino para ti mismo, para que tus sentidos se vayan aguzando. Yo siempre he estado en la calle y la calle me ha enseñado a decidir qué tengo que hacer, cómo tengo que hablar…me ha hecho dudar, pensar que de repente la historia no va por ahí y es mejor preguntar.
Hay periodistas que creen que un periódico te desmerece como intelectual o futuro cronista.
-Fíjate, yo creo que los reporteros, todos los reporteros, deberíamos pasar por dos fuentes antes de contar historias; por la fuente policíaca y de deportes. Deportes porque son muchas imágenes. Tú no tienes que contar el resultado. Tú no tienes que decir que Uruguay le ganó 2 – 1 a Inglaterra, porque eso hasta el niño de 3 años se lo sabe. Lo que tienes que contar es qué hay detrás de la victoria de Uruguay, qué hay detrás de la derrota de Inglaterra. Tienes que crear muchas imágenes porque nosotros no tenemos sonido ni imágenes, entonces es necesario crearlo. Y la policíaca porque todas las historias están llenas de pasión, todas tienen su drama. Y aprender cómo contar esas historias te lleva al final a poder contar historias de cualquier otra cosa.
Quería saber si habías visto la película “Ensayo de un Crimen”, de Luis Buñuel, porque cuando leí “Un narco sin suerte” la narrativa me transportó un poco al filme. ¿Te ayudó en la construcción del texto?
-No. O sea si la he visto, evidentemente Buñuel es uno que tenemos que ver los mexicanos, sin duda. Pero no, fíjate que no. Yo desde que estaba con Jota Erre sabía que así iba a contar la historia, porque su lenguaje es tremendo, tiene una fuerza brutal, en realidad es grandioso. Yo dije que lo tenía que escribir en primera persona. O sea, él es el que tiene que hablar, porque si yo me meto le voy a cortar mucho el ritmo, la velocidad lingüística y oral que trae el Jota Erre. Yo creo que inconscientemente uno también aprende del cine.
Claro, todo suma.
-Yo a los morros que van a los talleres les digo: “a ver cabrones, hay que leer dramaturgia, hay que ir al teatro, hay que ver buen cine”. O sea, el cine de arte hay que verlo para analizar la construcción narrativa, porque eso es lo que estamos haciendo, estamos construyendo. Hay que ver el cine para ver cómo pasaron de tal escena a tal escena, cómo se hacen los flashbacks, cómo se hacen las elipsis en el tiempo. O sea, no solamente hay que ir a ver “La era del hielo 3” y en 3D. Todo lo que uno mama en la vida, desde tu casa, la calle, hasta con tus amigos, todo eso sirve para que cuando estés sentado frente a la computadora sepas qué chingados vas a escribir. Porque sino te vas a quedar congelado y tu página va a estar en blanco por mucho tiempo.
“TENDRÍAMOS QUE ESTUDIAR MERCADOTECNIA EN COMUNICACIÓN”
¿Cuál es el texto que te ha traído más satisfacciones?
-Yo creo que Chicas Kalashnikov, porque fue el primero en que quería salir de cómo se cuentan las historias tradicionalmente. Entonces, si tú ves cada bloque de Chicas Kalashnivov está escrito de una manera distinta. A veces en tercera persona, a veces en segunda, a veces en primera, a veces hay incisos, está como muy loca. Pero yo dije “bueno, me voy a arriesgar y lo voy a hacer” y creo que por eso le tengo mucho cariño.
¿Cómo describirías el proceso de redacción?
-Cuando uno está tecleando es escribir borrar, escribir borrar, escribir, borrar; de eso se trata escribir; de escribir, borrar. Todas las veces que sea necesario. Porque al final la primera frase es la que va a determinar el ritmo de tu texto, la musicalidad. Tu primera entrada, como dice Julio Villanueva, tiene que ser un secuestro. Y tienes que pensarla muy bien. Nosotros no estudiamos mercadotecnia en comunicación, pero tendríamos que estudiar eso, porque lo que hacemos es vender.
Y esa venta puede ser noble o desvergonzada.
-Nosotros estamos vendiendo un producto. Algunos lo venden sin descaro alguno, son más cínicos y venden mucha pendejada. Otros intentamos vender algo un poco más decente. Pero al final somos mercadólogos, entonces tenemos que pensar de qué manera el lector va a terminar comprándome la historia. Y comprándome no significa que va a soltar dinero, sino que va a entrar a Internet, le va a dar clic o si ve por ahí el periódico lo va a agarrar y se va a poner a leerlo. Eso es lo que vendemos en el fondo.
¿Qué se siente ganar tantos premios?
-Sientes muy bonito, la verdad que es algo con lo que terminas diciendo “no lo estoy haciendo tan mal”. Yo siempre he pensado que los premios no te hacen mejor ni peor reportero, pero si te hacen mejor o peor persona. Cuando te entregan un premio es una prueba para ti, de saber si te la vas a creer y vas a andar de pinche mamón por el mundo, de odioso, o si vas a ser mejor persona y vas a tratar de ayudar a la gente. Cuando mi madre estaba viva vio que me cayeron algunos y estaba orgullosa, pero todos los días tienes que empezar de cero. O sea, yo no le puedo decir a mi casero “oiga, fíjese que acabo de ganar el premio García Márquez”. A él le importa un bledo, él viene a cobrarme la renta y yo se la tengo que dar.
“LAS FIESTAS DE REPORTEROS SON UN CHISTE DE VANIDAD”
Estás con los pies bien pegados al suelo.
-Yo sí he entendido que todos los días empezamos de cero. O sea, hoy Alejandro Almazán tiene que hacer un texto para otra vez ser el reportero, y si no publico entonces seré un cero a la izquierda. Yo creo que no te la tienes que creer. O sea, sí creértela, pero en la buena onda. No andar de pinche presuntuoso de “yo hago esto y yo he viajado y yo conocí a…” No, qué hueva.
En realidad eso caracteriza a algunos periodistas, la vanidad.
-De hecho por eso no me gustan tanto las fiestas de los reporteros, porque son un chiste de vanidad; cada uno está contando lo que publicó, lo que hizo, a donde viajó, a quien conoció. Y eso a mí, francamente, me da flojera. Porque hay momentos para que lo puedas platicar, no en una fiesta, no en una borrachera donde estás haciendo eso, te estás emborrachando. Porque todo el día estás hablando de periodismo, todo el día estás haciendo periodismo, entonces es muy cansado.
¿Cuál es la peor característica de un reportero?
-Yo sé que un reportero tiene que ser ególatra, tiene que fumar, tiene que tener un vicio o debe de estar loco para poder serlo. Pero creo que el peor requisito del reportero es su vanidad, y esa vanidad lo acaba muchísimo, termina derrumbándolo. Yo he visto aquí a amigos que han ganado premios y se suben a un ladrillo y ya nadie los baja. Y cuando viene la caída ya nadie los detiene porque fueron unos hijos de perra, cambiaron mucho, mucho, mucho.
¿La crónica tiene fecha de caducidad?
-Las historias siempre las vamos a contar. La crónica no se va a morir, lo que sí creo es que se puede frivolizar. El hecho de hacer un texto de la lluvia o un texto sinsentido ya son crónicas. Temo que se empiece a frivolizar y que se tome como que solo los que han leído y saben sujeto, verbo y predicado pueden hacer crónica. Cualquiera puede contar una historia, todos somos en el fondo Sherezades y mientras haya un ser humano vivo habrá una historia que contar.
Publicado por:
Milagros Olivera Noriega
Feminista. Estudio Periodismo en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Fui editora de Cultura de Diario16.
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