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5 razones por las que recordarás a tu ‘detestable’ editor

Por Lucero Chávez

Publicado el 01 de junio del 2014

El propio Dean Baquet, flamante director de The New York Times, ha dicho que es una ‘locura’ recordar al editor que cambió su vida porque «fue realmente horrible conmigo durante seis meses y me hizo una mejor persona».

A lo largo de nuestra carrera de formación periodística, a muchos nos toca tolerar un jefe que se comporta como un tirano y que puede volver nuestra vida un infierno. Más aún, en este negocio donde no hay hora de entrada ni salida ni de nada, encontramos que estos jefes nos presionan en cualquier momento esperando obtener un buen trabajo de nosotros.

Lo más irónico es que, lejos de alejarnos de él, seguimos ahí, enganchados, intentando superar las expectativas y ofrecer lo mejor de nosotros. Tal parece que los periodistas (algunos) tenemos una devoción peculiar por ellos. Aunque retomando lo dicho por Baquet también es cierto que la idea romántica del editor de mal carácter no tiene que ser una constante en las organizaciones de noticias. El puesto que hoy ocupa antes perteneció a Jill Abramson, una mujer brillante y cuestionada –quizás injustamente–por ser muy severa.

¿Por qué recordamos al horrible editor que nos desmoralizó con frases duras luego de leer nuestros textos?

Veamos cinco razones.

1. Te despertó de tu mundo: nadie en la vida te había hablado tan fuerte hasta que llegó tu editor.  No tuvo reparo en decirte, con su toque de sarcasmo, algo como esto: «No sé como puedes hacer una nota sobre cómo escribir un buen titular y hacer titulares tan malos». Y efectivamente, te diste cuenta que tenía razón. Supiste que, a la próxima, ibas a pensar dos, hasta tres o mil veces cómo titular.

2. Estás orgulloso de haber sobrevivido: fue duro, pero sigues vivo. Pones especial énfasis en lo positivo del asunto, las cosas que aprendiste y las situaciones difíciles que, finalmente, lograste controlar. Es como aprobar ese curso horrible con el profesor detestable en la universidad, solo que mucho peor. Hasta evocas la frase: «lo que no mata, te hace fuerte» porque sabes que, aunque tardó, llegó el momento en el que te dejó de decir «me demoro dos horas corrigiendo tu nota. ¿Puedes pensar que escribes?» . Y no la editó más. Valió toda la pena.

3. Después de todo, no fue tan malo: hay una diferencia entre ser «malo» y ser «terriblemente exigente» y tu editor definitivamente no era lo primero. Es más, con el tiempo te diste cuenta que debajo de todo ese mal carácter había un pequeño gatito pusheen, una persona con sentimientos. Alguien listo y experimentado que te enseñó algunas buenas lecciones que te hicieron mejor periodista y que te ayudaron a crecer profesionalmente. Lo notaste cuando soltó la frase casual de «mejoraste al fin». Sí, créelo, eso fue un cumplido. Puedes dejar de llorar frente a tu computadora.

4. Hiciste una conexión especial con él: aunque no lo creas, cuando te dijo «no entiendo cómo puedes poner esa foto. ¿Te despiertas zombie o qué?» te hizo sentir especial. Sabes que tu editor es básicamente un ogro con todo el mundo, pero que, en el fondo, te aprecia y esa es su forma de enseñarte. Tal vez no es la forma más ‘linda’ del mundo, pero reconoces que no tiene algo en contra tuyo, y que simplemente busca obtener el mejor resultado de tu trabajo. En otras palabras: cree en ti.

5. Creíste en sus ideales: trabajar para una persona, implica muchas veces creer en ella. Si estás en desacuerdo con tu editor y con su forma de liderazgo, la tarea de escribir para él puede resultar imposible. Pero este editor con mal humor, renegón, sarcástico, impredecible y quizás bipolar, te conquistó. Porque confiaste en lo que hacía y por qué lo hacía. Confiaste en su forma de pensar, ver el mundo y los proyectos que albergaba. Es entonces cuando sabes que todos esos detalles de su personalidad pasan a segundo plano porque al fin y al cabo nada es más satisfactorio que trabajar por algo en lo que tienes fe, algo en lo que realmente crees.

¿Tuviste algún editor detestable e histérico? Cuéntanos.

Este post se inspiró en una publicación de Poynter.

 

Publicado por:

Peruana. Veinteañera. Interesada en periodismo, política internacional y tecnología.

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