Claves
“No puedo imaginar construir una historia sentado tras un escritorio”
Por Esther Vargas
Publicado el 16 de abril del 2014
Wilbert Torre está escribiendo de Colosio, de los hipsters mexicanos o de Cafe Tacvba. Es posible que cuando no escribe esté pensando en lo que escribirá. El autor de ‘Narcoleaks’ y columnista en Etiqueta Negra, Excelsior, Chilango o MásporMás, se define como parte de una generación de periodistas que creció en la enseñanza de la imparcialidad como una entidad suprema.
‘Narcoleaks’ es un libro fascinante que nos confirma al reportero acucioso que es Wilbert Torre, un observador de detalles que entrega en sus páginas luces sobre el papel de los Estados Unidos en la guerra mexicana contra el narco.
-¿Cómo la tremenda historia de Narcoleaks llega a un libro? ¿Te lo planteaste así?
–Quería escribir un libro de espionaje. Pasé cinco meses en los archivos nacionales leyendo cables desde la Revolución. Mis editores en Random House me instaron a hacer una investigación más actual. Ahí estaban los cables de Wikileaks, cerca de 2,500 sobre México, así que dije: voy a trabajar con esto de manera distinta. Los cables en realidad no contenían mucha información, así que decidí emplearlos en sentido opuesto: no como revelaciones limitadas, sino como pistas para investigaciones más extensas y profundas. Si los cables citaban la Iniciativa Mérida, yo mostré cómo la pactaron Calderón y Bush en la Casa Blanca, cuántos policías mexicanos habían sido entrenados en Colombia, cuál fue la génesis de los centros de fusión y cómo se pactaron el sobrevuelo de los drones y las operaciones militares conjuntas desde territorio mexicano. Si revelaban que Washington había pedido un examen psicológico de Calderón, reconstruí episodios para mostrar cómo el comportamiento del presidente había trastornado la relación con la Casa Blanca. Uno de ellos, una reunión entre Calderón y la secretaria Clinton, muestra al presidente fuera de control.
-El libro es cautivador porque más allá del dato duro está la mirada cercana e íntima del cronista
Formo parte de una generación de periodistas que creció en la enseñanza de la imparcialidad como una entidad suprema y la escritura inocua de notas, una transcripción notarial. Se aceptaban como verdades las declaraciones de un entrevistado y era difícil que los hechos pudiesen tener un significado. El periodismo como transmisor de dichos, aunque fuesen falsos o inexactos, era ejemplo de imparcialidad. Tuve que corregir a medio camino. Me ayudó mudarme a Estados Unidos y ver como se construían historias en los principales diarios. El diarismo como un ejercicio de contrastes y cuestionamiento, como entidad vigilante y denunciante. Con Julio Villanueva Chang y Etiqueta Negra aprendí a cambiar la forma de mirar las cosas y encontrar eso que tú llamas mirada íntima de cronista, una forma diferente de interpretar y traducir la realidad para superar la verdad oficial o traspasar la realidad de la superficie. Bajo los principios de la imparcialidad con la que crecí, en Narcoleaks la presencia de la DEA se hubiera limitado a una serie de expedientes y estadísticas, sin ensayar sobre su significado. Hay en el libro una parte reveladora de esto: los números exitosos de la DEA –el dato duro– contra los métodos que le permitieron alcanzarlos: el uso de informantes que son criminales, la presión a sospechosos contra quienes no se ha probado nada para participar en investigaciones, y que al final han terminado muertos; un número escalofriante de muertes provocadas por investigaciones manipuladas o erróneas de la DEA.
-¿Cómo encuentras las historias? A veces creo que en esta era de redes sociales uno pasa demasiado tiempo en el celular que en la calle.
–No puedo imaginar construir una historia o darle vida a un personaje sentado tras un escritorio. Es como un médico que no ve al paciente, no le pregunta qué siente y hace un diagnóstico a distancia. Volví a México hace unos meses y en una revista y en un diario tuvieron el gesto de llamarme para escribir artículos de opinión. Les dije que no, que gracias, que si les interesaba podía ocupar ese espacio para escribir crónicas y perfiles. No sólo creo que los reporteros pasan demasiado tiempo sentados, sino que se abusa de la opinión. Cualquiera puede opinar, pero nuestra tarea, la del periodismo como un instrumento de equilibrios que arroja luz y cuestiona, exige abrir la puerta y salir a escuchar, mirar, preguntar, y no un simple ejercicio de imaginación. Hoy escribo en ambas partes y alterno historias de personajes con la opinión, pero en ambos casos siempre trato de que lo que cuento o lo que digo tenga algún significado. Escribí hace poco una crónica para narrar que Rubén Albarrán, cantante de Café Tacvba, el grupo más popular en México, anda por Coyoacán como una persona normal, sin guardias y sin camionetas y que se viste con toda sencillez y normalidad, y que esa no es la normalidad de un artista inalcanzable o de un político encumbrado o de un millonario frívolo. Sin salir a la calle no encuentras esas historias. Hace muchos años para mí una crónica era describir o contar algo con color y sabrosura. Hoy lo veo como algo distinto: siempre tiene que decir algo. Puede hacerte reír, puede incomodarte o transmitirte tristeza. Pero siempre debe mover algo dentro de ti. Motivarte a pensar. Y lograrlo exige el contacto con la gente.
-¿Qué consejos le darías a un periodista joven que te lee y que encuentra en la crónica el formato ideal?
-Podría dar consejos trillados y necesarios: para aprender a escribir es necesario leer y aprender a leer. Para hacer crónica además del lenguaje se necesita mucha pasión y resistencia. Yo diría que si deseas hacer crónica no solo debes salir a la calle y preguntarte qué te inquieta o qué te parece fuera de lugar, sino aproximarte con una mirada de cierta compasión a la gente. Aprender a escuchar. Todo un tema es cómo los diarios se erigen jueces supremos. No existe en la mayoría de casos el menor esfuerzo por entender la circunstancia de una persona, se trate de un político, una gente como uno, un artista o un asesino. De ninguna manera quiero decir que se reduzca un perfil a una hagiografía o a un texto obsequioso. Parafraseando a Gay Talese, es posible decir la verdad sin ofender, pero además resulta más complejo y desafiante tratar de entender y explicar los motivos de un personaje, que crucificarlo o endiosarlo. La gente es tímida o exagerada al hablar de sí misma y para comprenderla tendrás que hacer mucho más que una entrevista. Para entenderla en toda su dimensión deberás ver cómo se comporta sobre el escenario y si es un político en una negociación, y si es futbolista en un entrenamiento, y deberás dedicar mucho tiempo a ganarte su confianza y también a hacerte invisible porque la gente se comporta distinto cuando un periodista está enfrente. Es preciso comprometerte con un trabajo persistente de observación y reportería paciente de semanas, meses y años.
–¿Hay espacios para la crónica?
Claro que sí. Lo que hace falta es imaginación y empeño por publicar. ¿Por qué no atreverse a romper moldes impuestos? Regresé de Estados Unidos y llegué a un buen acuerdo con un diario. Parte de ese acuerdo consistió en explicarles por qué era necesario publicar historias de largo aliento y formato largo. Lo entendieron y lo aceptaron. Con ingenio y persistencia puedes publicar crónicas o perfiles ajustándote a los espacios de un diario, o crónicas de revista, o como dijo Villoro, hacer de los libros nuestra New Yorker. Aprender a planear y trasladar proyectos de largo aliento. El otro día escuchaba a Alberto Salcedo Ramos decir que ama a sus colegas, pero que está harto de escucharlos quejarse de todo. Tiene toda la razón. No digo que no haya crítica y autocrítica, pero me parece que hay demasiada gente doliéndose o criticando y haciendo de todo menos escribir.
–Andas muy activo en redes sociales. ¿Han servido para hacer tu trabajo?
-Sí, desde luego. Quisiera postear más cosas, historias que leo en diarios de otros países, resúmenes de libros, deconstruir libros de no ficción como Zeitoun, de Dave Eggers, un libro que puede ser una gran enseñanza de nuevas generaciones. Pero como dice Diego Fonseca: Twitter es todo un trabajo formal. Yo lo tengo desde 2008 y Facebook aún antes, y me sirvieron como puente fuera del país. Ahora me sirven para mover las cosas que publico y para encontrar historias, para observar qué dice la gente, por dónde se mueve el pensamiento colectivo.
–¿La crónica enfrenta su mejor momento o es una desilusión?
-Enfrenta un buen momento pese a algunas cosas. El mundo del freelance es muy complejo porque cada mes tienes que publicar ocho textos en lugar de concentrarte en tres historias, como ocurre en otros países. Enfrenta un buen momento y un momento diferente. En México hasta finales de los 80, tres cuartas partes de la crónica mexicana eran alabanzas al poder y el resto eran historias de denuncia social de Proceso, Unomásuno y La Jornada. Después Letras Libres abrió espacios para la crónica. Hoy Nexos publica historias de política y narcotráfico. El otro día fui a la Cámara de Diputados y vi una placa en un salón con el nombre en letras de oro de Miguel Reyes Razo, un narrador sobresaliente que optó por ser un cronista más del poder. Yo creo que las últimas generaciones de cronistas, unos ya experimentados como Magali III, Guillermo Osorno y Alejandro Almazán, otros más jóvenes como Daniela Rea, Diego Osorno, Emiliano Ruiz Parra, Eileen Truax y Marcela Turati son muy diferentes. Como casi todos, crecimos en los medios convencionales cercanos al poder que fabricaba y encumbraba a sus narradores, y en unos años emigramos para construir una carrera independiente como periodistas y escritores. Logramos apartarnos de esa línea y trazamos nuestro propia ruta e identidad.
-¿Eres un periodista hipster?
¡Qué! jajaja. No. Bueno, no creo. Tal vez como los viejos hipsters que crecieron con la generación beat me atrae lo marginal, lo que no está en la superficie. Escribí un libro de narco pero antes escribí sobre artistas en Nueva York y la historia de un rescatista de las torres gemelas que murió 10 años después, y siempre estoy escribiendo sobre cosas diferentes que espero sirvan para interpretar el mundo. Recién publiqué un perfil de Andrés Bustamante, un gran comediante, que es un retrato pero también se lee como una historia sobre la inevitabilidad del hombre, cuando un hombre es alcanzado por ciertas cosas ineludibles como el paso del tiempo. Creo que la crónica tiene vida más allá del narco, la pobreza y la violencia. Me atrae escribir sobre personajes extremos, cosas raras y contradicciones. Me interesa el humor como ejercicio intelectual y de crítica. He perfilado a varios comediantes. Me interesa ver cómo se mueve la sociedad y meterme por donde sea posible para escudriñar. Más que hipster, soy un periodista hámster.
Revisa aquí el prólogo de ‘Narkoleaks’
Publicado por:
Esther Vargas
Periodista. Directora de Clases de Periodismo y La Ruta del Café Peruano. Consultora en Social Media. Editora web del diario Perú21 del grupo El Comercio de Perú. Especialista en periodismo digital, comunicación digital y social media.
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