Claves
Salcedo Ramos: “Las redes sociales no tienen la culpa del mal periodismo”
Por Esther Vargas
Publicado el 27 de marzo del 2014
Vamos a tuitear esta frase: “El deporte profesional de los periodistas es quejarse“. Alberto Salcedo Ramos mira mi iPhone, y me confiesa que él todavía es un hombre de BlackBerry. Digamos que se resiste a pensar en otro teléfono, pero está curioso, y hablamos de Android y de Apple mientras tomamos el café. Llegamos al Mirador de Barranco. Es su primera vez en Lima. La música de Chabuca Granda le da la bienvenida de pura casualidad. El colombiano canta y conversa con los músicos. Ama la música, pero su ritual para escribir va acompañado del silencio, y de café.
El autor de “La eterna parranda” disfruta su breve estancia en Lima entre los eventos de la Cátedra Vargas Llosa y los amigos. El autor de esa crónica que hizo visible a Wikdi, el niño del Chocó colombiano que caminaba cinco horas diarias para ir y venir a la escuela –historia premiada con el Ortega y Gasset de Periodismo–me dice con una gran sonrisa que siempre tiene que haber música en su vida, pero cuando escribe se refugia en el silencio.
Cuando no está buscando y escribiendo historias, Salcedo Ramos dicta talleres, lee mucho y escucha música.
¿Qué le diría Alberto Salcedo Ramos a los chicos que salen de las universidades con la idea de ser cronistas? La crónica se ha puesto de moda, y para muchos es la visa soñada para viajar, contar lo que se les ocurre, ganar premios y no esforzarse tanto.
(El periodista sonríe. Sabe bien de lo que hablo)
-Lo primero que deben aprender es que la crónica es un género periodístico y como tal demanda unas habilidades de reportero, un compromiso de reportero, demanda que el periodista sea acucioso, esmerado, curioso. Muchos creen que el cronista es como un diseñador de interiores que llena la casa de flores y jarrones, y al que no le toca hacer el trabajo sucio de podar el césped. Lo primero que deben saber es que no solo es un género de inspiración sino de transpiración. Es un género que empieza con la suela de los zapatos. Si algo me encanta de la crónica es que me da la posibilidad de cumplir un sueño que tenía desde la infancia. Recuerdo que había una tía mía embarazada. Tenía dos niñas y quería un varón. No había ecografía como ahora. Yo recuerdo que estaba en la casa de mi tía cuando ella dio a luz al tercer hijo que fue un varón. Para mí fue una alegría pueril, era un niño, ir corriendo a mi casa y dar la noticia. Yo desde la infancia amo eso. Poder ser testigo y salir a contar. Y eso me permite ser cronista.
Le preguntan cuánto tiempo se necesita para contar una historia. Salcedo Ramos responde que “todo depende de las necesidades internas de la propia historia”. No se trata de días, de semanas, a veces ni siquiera de meses: “Eso varía mucho con la naturaleza del tema, y la ambición que te planteas con la historia. Todo tiempo que uno le dedique a la reportería parece insuficiente”.
EL DATO CONVERTIDO EN HISTORIA
El dato es clave en una crónica. Las palabras bonitas no son suficientes.
-Yo hice una crónica sobre el sargento William Pérez, un soldado que estuvo 10 años y 4 meses en poder de las FARC. Fue liberado en el año 2008 en el operativo militar que se conoció como la operación Jaque.El ejército colombiano quería rescatar a Íngrid Betancour. William era una cifra oscura del conflicto. Era una foto de mosaico desteñido que no le interesaba a ningún colombiano salvo a su propia familia, pero estaba al lado de Íngrid Betancour. Lo rescataron. Íngrid, en la rueda posterior al rescate, dijo: “estoy viva gracias a un soldado del ejército colombiano que fue muy generoso conmigo allá en la selva. Yo quise morirme y él no dejó que me muriera. Él tenía la paciencia de darme la comida cucharita por cucharita. Pero además como es enfermero no solo soldado, él me vacunaba y me daba ánimos. Me daba fuerza moral. Gracias a él sigo viva y gracias también al ejército colombiano”. En ese momento, él sale de la parte trasera, le da el frente a las cámaras, los reflectores lo iluminan y se convierte en un personaje muy mediático. El país lo denominó el ‘enfermero de los secuestradores’. No solo atendía a sus compañeros de cautiverio sino al verdugo que le ponía las cadenas opresoras. Curadaba a los guerrilleros. Yo lo veía y me decía: ‘quiero contar la historia… pero no ahora’. Quiero esperar que se decante. Y al año fui allá. Las cuatro primeras veces que lo vi no le hice ninguna pregunta. Tomábamos café, jugábamos billar. Un vez fui a ver su madre que vive en la Guajira, la zona del caribe colombiano. Y yo le pregunté a la madre cómo se imaginaba la liberación del hijo. Me lo imaginaba con comida, me dijo. Yo quería que a él lo soltaran y que apareciera yo entrando por la puerta, matándome como una loca por hacerle un plato de comida. Me dijo que si algo lo torturó en estos diez años era imaginar a su hijo pasar hambre. Por eso, todos los días a las 6 de la tarde ella tenía una pequeña muerte. Ella moría de dolor a esa hora, cada vez que tenía que comerse su plato… Se preguntaba si su hijo estaba comiendo. Todas las noches dejaba un plato de comida en la mesa. Durante 10 años. Yo regreso a Bogotá con esa historia y me llevo a William a un restaurante guajiro. Recién entonces adopté el papel del reportero. Empecé a hacer preguntas. De pronto, veo un espejo, los dos nos reflejábamos en un espejo mientras almorzábamos. Se me ocurrió preguntarse si él se había visto en un espejo cuando estuvo secuestrado. Durante los primeros ocho meses no lo había hecho, pero luego el ‘Mono Jojoy’, el comandante militar, repartió un espejo de bolsillo a todos los secuestrados. William por fin se miró el rostro y curiosamente él no se vio a sí mismo, vio a un hermano con el que siempre lo comparaban. Entonces todas la tarde se miraba al espejo para ver a su hermano y sentirse acompañado. Era como tener una cita con su hermano. Ese es un dato convertido en historia. Es un dato relacionado con el amor filial, con la identidad. Es un dato con lo más terrible del secuestrado: con el atentado a la dignidad humano. Ese es el típico dato que ningún personaje te cuenta a los 10 minutos de conocerse.
Escucho siempre decir a los reporteros que las redacciones no les permiten tomarse el tiempo para contar una historia. En muchas redacciones tradicionales es impensable que un reportero haga cuatro visitas a su personaje, vea a la madre, y todo lo que hiciste para contar la historia del soldado. Las redacciones son como una camisa de fuerza.
-Cuando yo empecé como reportero tampoco dejaban. Mi abuelo me decía: “El que quiere besar, busca la boca”. Hay que buscar la boca. A uno no le regalan nada. El deporte profesional del periodista es la queja. No conozco un gremio que se queje más que el de los periodista. Se quejan del espacio , de los sueldos, de que no tienen tiempo para leer. Que un periodista diga que no tiene tiempo para leer es tremendo. Yo me cansé de quejarme muy temprano. Yo voy a trabajar y ya. Voy a buscarme el derecho de hacer esto que me gusta tanto, me dije y así fue. En una ciudad colombiana, un chico me abordó y me preguntó cuánto me pagan por una crónica. Nunca me habían preguntado algo así. Le pregunté por qué el interés. Y me dijo que quería escribir una crónica. Le pregunté si tenía algo escrito y respondió que no, todavía no. Le preguntó sobre qué pensaba escribir y no sabía. ¿De qué estamos hablando? ¿Por qué quieres escribir? Me respondió que dependía de cuánto pagaban. Estaba todo mal. Muchos de los que se quejan del espacio o de la falta del espacio no han escrito nada ni tienen pensado escribir nada en los próximos 125 años. Se quejan del esapcio sin haber escrito algo. Había un editor en El Tiempo de Bogotá que tenía un cartelito que decía: “Si necesita más espacio vaya a la Nasa”.
El periodismo, dice Salcedo Ramos, es un oficio hermoso: “Lo amo y amo a mis colegas, pero se quejan mucho”.
* * *
“El deporte profesional de los periodistas es quejarse“. La frase ya está tuiteada. Salcedo Ramos es un tuitero imprescindible, y un usuario constante de Facebook. Su experiencia la resume en una palabra: “Afortunada”. El cronista no culpará a las redes sociales del mal periodismo, de la crisis de los medios o de cualquier otra predicción fatalista sobre el oficio. Al contrario.
“En 2012 yo me fui a hacer esa nota del chico del Chocó que camina para ir al colegio. “Estoy feliz porque voy para el Chocó a cumplir un nuego reto profesional que me tiene muy motivado”, escribí en Twitter. Al ratico, una chica llamada Elizabeth Yarce, periodista antioqueña, escribió: “Si vas para el Chocó yo te puedo ayudar. Soy periodista y trabajo en Naciones Unidas. Tengo un informe sobre ese tema”. La seguí y le hablé por interno. Tenía un informe con indicadores sociales del Chocó. Datos nuevos sobre la pobreza, el hambre, el desempleo. Esos datos yo los usé en mi crónica cuando no habían salido a la luz. Las redes sociales son de gran ayuda. Una vez puse: “Necesito urgéntemente el teléfono de Miguel López, acordeonero de la música vallenata”. Al ratito ya tenía el teléfono. Yo no me quejo de las redes sociales. Son una maravilla. En las redes sociales sale lo peor de uno: la vanidad, el fantoche, el pozudo, el neurótico. A mí no me gusta pelear. Pero esa persona que sale a flote, no sale por culpa de las redes sociales. Es como cuando vendes el sofá porque tu mujer allí te fue infiel. La culpa no es del sofá. Las redes sociales no tienen la culpa del mal periodismo. Las redes sociales son una herramienta como un bolígrafo. Puedes escribir la odisea o sacarle los ojos a tu abuelita.
* El reconocido periodista Alberto Salcedo Ramos, uno de los mejores cronistas de América Latina, presentará hoy, a las 7:30 p.m., en la Librería El Virrey, en Miraflores, sus libros “La eterna parranda” y “El oro y la oscuridad”
POST RECOMENDADO: Alberto Salcedo Ramos: “El cronista se forma ejercitando la curiosidad y renovándola cada día
Publicado por:
Esther Vargas
Periodista. Directora de Clases de Periodismo y La Ruta del Café Peruano. Consultora en Social Media. Editora web del diario Perú21 del grupo El Comercio de Perú. Especialista en periodismo digital, comunicación digital y social media.
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