Entre Comillas
Los periodistas que no queremos
Por Alvaro Reyes
Publicado el 16 de octubre del 2013
Una de las consecuencias que puede traer consigo el protagonismo de un periodista en una historia que cubre es la desinformación. El caso de la reportera mexicana Andrea Vilash lo dejó en claro. Ella resultó siendo la noticia, en lugar de los miembros del grupo “La Original Banda el Limón”, a quienes desde ya también cuestionamos por dejar que sus bajos instintos afloren y los dominen hasta el descontrol de sus acciones.
¿Qué sucede cuando es el periodista el centro de un reportaje? La historia puede perderse y mezclarse con la propia experiencia del autor. A qué lector/televidente/radioescucha podría interesarle las peripecias por las que tuvo que pasar un periodista para lograr su objetivo, si finalmente no lo consiguió. Si lo que busca el periodismo es mantener informada a las personas de los hechos que suceden a su alrededor, puede que mostrar el proceso para concretar una nota sea lo menos interesante.
Es cierto también que si un periodista decide asumir la primera persona en una historia es capaz de revelar información trascendental y de interés público. Jean-Baptiste Malet, por ejemplo, logró su cometido al infiltrarse como un empleado más de Amazon con el objetivo de poner al descubierto las malas prácticas laborales de la compañía. Y los detalles los cuenta en su libro ‘En los dominios de Amazon. Relato de un infiltrado’.
Pero ante esto no está demás preguntarse si ¿acaso no es suficiente con que una nota sea narrada desde la visión del autor? ¿Por qué un periodista debe ser el personaje principal de la historia que cuenta? ¿Cuál es el propósito? Cada reportero o corresponsal tiene su propio estilo para mostrar una realidad. Pero sabiendo que, desde un inicio, todo informe es subjetivo, el protagonismo de un autor –el de un periodista en particular– en su mismo trabajo es un exceso.
Y esto es lo menos importante. Cuando un reportero se enfoca en sí mismo motiva a que la audiencia se formule preguntas que poco tienen que ver con un caso en particular. Su presencia en una nota condiciona ya el juicio del usuario. Así se pierde la posibilidad de despertar la reflexión en las personas. Las interrogantes que se formularon en torno al video viral de Vilash son prueba de ello.
“¿Ella es reportera?”, “¿Qué mujer puede dejarse tocar así?”, “¿Y el camarógrafo no hace nada para impedir el acoso?”. Esas son solo algunas de las preguntas que se generaron en las redes. Y como ven, ninguna apunta a cerrar el propósito de la historia que se quería mostrar. El periodismo se hace injustificable con ejemplos como este.
Hace unas semanas, en Perú, una periodista se convirtió en actriz principal de una transmisión en vivo. El caso de Milagros Cerrón –la niña recibe el sobrenombre de exsirenita debido a que nació con las piernas pegadas –conmocionó al país, y los medios han hecho seguimiento por varios años a su historia. Una denuncia contra sus padres revivió la presencia de Cerrón en la televisión. La cobertura que se realizó desde la casa de la menor terminó en una pelea entre dos canales de televisión que buscaban las declaraciones de sus progenitores.
Si bien la reportera de Panamericana intentó remarcar que había ido a la vivienda con la intención de “no hacer noticia”, lo único que demostró fue su impotencia al ser desplazada por el canal de la competencia en su búsqueda de obtener la primicia. El percance motivó a que ATV, el otro medio involucrado, calificara como desatinadas las críticas de la periodista de Panamericana al señalar que fue ésta quien no respetó el orden establecido por los apoderados de la niña para ofrecer entrevistas.
La postura que ambas organizaciones tomaron para defender sus intereses fue lo que rescataron los demás medios locales como la noticia. Finalmente, el interés por conocer la situación de salud de la niña pasó a un segundo plano.
Casos como estos son los que ponen en el ojo de la crítica en el periodista. Una primera alternativa es tomar distancia de estos episodios y pasarlos por alto. Pero tenerlos en cuenta resulta más beneficioso, no para los profesionales consolidados, sino para las generaciones nuevas, tan propensas a aprender lo malo, y que pueden ver en el protagonismo un camino fácil hacia la popularidad.
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