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“Hoy las mujeres hacen un gran periodismo, el que México necesita”
Por @cdperiodismo
Publicado el 18 de marzo del 2013
Por María Elvira García, autora del libro Ellas tecleando su historia.
Cuando me inicié en esta carrera, hace más de 30 años, el periodismo era un oficio fascinante, y punto. Hoy se ha convertido en uno de los más peligrosos en México.
Este día, 8 de marzo, en que se conmemora el Día Internacional de la Mujer, yo no me puedo permitir la celebración.
A estas horas, ya es noche cerrada en otra latitud del mundo. En esa otra latitud, hay una joven colega mexicana que se llama Ana Lilia Pérez, que desde hace decenas de noches no puede dormir. Y menos tiene hoy algo qué festejar como mujer.
¿Qué podría celebrar este 8 de marzo, si vive oculta en un país en el que desconoce el idioma, en un país donde no puede trabajar porque la recibió con una visa humanitaria, luego de que, una tarde de junio del 2012, tuvo que huir de México, porque fue amenazada de muerte por hacer un periodismo de denuncia?
Ana Lilia Pérez, quizás lo saben todos ustedes, es autora de Camisas Azules, Manos Negras y de El Cártel Negro, dos libros que revelan cruda, dolorosa, puntual y magistralmente la corrupción que impera en varias instituciones gubernamentales de México, pero esencialmente en Petróleos Mexicanos, Pemex, la paraestatal insignia nacional, que en un tiempo fue orgullo de todos los mexicanos y que hoy está carcomida por los actos de corrupción de sus trabajadores, funcionarios, y que también ha sido víctima de sucesivos presidentes del país, quienes, abusando de su poder, han hecho de Pemex un botín para beneficio propio, de sus amigos y de sus familiares más cercanos.
En este sexenio, con el presidente Enrique Peña Nieto veremos no un capítulo nuevo, pero sí el más contundente, que atenta contra la soberanía de Petróleos Mexicanos.
Pues bien, insisto: Ana Lilia Pérez -y yo con ella- nada tenemos que celebrar hoy. Lo haríamos si aquel poderoso funcionario que la amenaza y la ha perseguido con demandas judiciales por todo México y por otras partes del mundo, dejara de hacerlo y reconociera que ella sólo ha cumplido con la tarea periodística para la que estudió y se preparó largamente. La de investigar y publicar aquello que ha encontrado y que no debe callar. Porque callarlo, sería tanto como hacerse cómplice de actos de corrupción que conoce y sabe que dañan al país.
Y tanto Ana Lilia Pérez, como yo y otros muchos colegas, podríamos festejar el Día Internacional de la Mujer si la justicia en México fuera justa y alcanzara con su brazo no sólo a aquel funcionario que amenaza a la periodista, sino también a otros que aparecen en los libros y reportajes de Ana Lilia no por un acto fortuito o de capricho. No. Aparecen allí porque, con documentos fidedignos, la periodista pudo comprobar que cometieron actos de corrupción en Pemex y en otras dependencias del Estado mexicano. Si la justicia fuera justa en México, entonces sí brindaríamos hoy por el Día Internacional de la Mujer. Y por la mujer periodista.
Conocí a Ana Lilia Pérez hace varios años. Primero, sólo a través de sus reportajes y luego por sus libros. La tuve en la mira durante el tiempo en que Miguel Ángel Granados Chapa la apoyaba moralmente cuando ella empezó a ser amenazada por un empresario de la industria del gas, a quien Ana Lilia
entrevistó y quien se desdijo de sus comprometedoras declaraciones cuando las vio publicadas en Contralínea (la revista para la que escribió Ana Lilia).
Fue entonces que enderezó una tras otra demanda por daño moral contra la revista y la reportera, en varios estados del país, con la intención, claramente así expresada por él, “de volverá loca y que abandonara el periodismo”. No contento con ello, y puesto que a ese empresario le sobra el dinero y el poder, afirmó que ella quiso chantajearlo, para no publicar sus comprometedoras declaraciones.
Yo busqué a Ana Lilia justo a la mitad de esta etapa, para entrevistarla para mi libro: ELLAS, TECLEANDO SU HISTORIA, que publiqué el año pasado, y recoge catorce voces de mujeres periodistas de tres generaciones. Ana Lilia era y es, la más joven de ese puñado de colegas a las que fui a buscar porque las admiro por su talento, su valentía y su excelente trabajo de investigación, un trabajo que pone luz sobre las opacidades y las cloacas de corrupción que lastiman al país.
Encontré a una Ana Lilia desgastada, casi derrotada moralmente. Tan derrotada se sentía que por esos días se cuestionaba si debía dejar el periodismo para siempre. En la mesa de un café, a punto del llanto, se preguntaba por qué vivía ese infierno una reportera que sólo quería cumplir con el deber ético que demanda el periodismo.
El viacrucis que ha vivido Ana Lilia y Contralínea con esas demandas, ha sido harto documentado, no lo voy a repetir aquí. Pero quiero subrayar que la situación de ella sale del ámbito común de acoso y persecución a periodistas por parte de las bandas del narco, o de la policía relacionada con el narcotráfico, hecho que ya ocurría desde los años ochenta, pero que arreció en México desde hace doce años, con la llegada de los presidentes panistas, la llamada alternancia en el poder.
En el caso de Ana Lilia son empresarios multimillonarios o poderosos funcionarios o ex funcionarios de los más recientes gobiernos, quienes quieren silenciar al mensajero, amenazándolo o demandándolo. Dirán ustedes que esto no es nuevo en México ni en el mundo. Lo que sí es nuevo es que hoy sean las mujeres periodistas las perseguidas, amenazadas y, en el peor de los casos, las asesinadas.
Documentado está el asesinato de la colega Regina Martínez, ocurrido el 28 de abril del 2012, en Xalapa, Veracruz. Hasta hoy, para la revista Proceso, medio del cual era su corresponsal, el caso sigue impune, pues los miembros de esa revista no aceptan cómo las autoridades han querido cerrar el caso. Para Proceso, el asesinato de Regina es político, y las autoridades no han dado con los verdaderos responsables tanto materiales como intelectuales del homicidio.
Es interesante saber qué temas había investigado Regina Martínez en Veracruz. Ella no era una reportera cualquiera. No sólo cargaba en sus espaldas la animadversión del gobierno de Veracruz hacia la revista Proceso, en la que trabajaba. También poseía un historial de grandes piezas periodísticas.
Por ejemplo, descubrió los presuntos lazos entre el ex gobernador de Veracruz, Fidel Herrera Beltrán y el empresario textilero, Kamel Nacif, para facilitarle la producción de energía eléctrica en Río Blanco y su posterior venta a los municipios. Ese reportaje fue presentado bajo el título El otro gober precioso.
Destapó el presunto desfalco millonario al fondo de pensiones de trabajadores ferrocarrileros jubilados a manos del líder sindical de ese gremio, Víctor Flores Morales. Ventiló también el posible asesinato de la mujer indígena Ernestina Ascencio, en Zongolica, a manos de militares. Dio seguimiento exhaustivo al caso de la muerte de la defensora de los derechos humanos, la veracruzana Digna Ochoa Plácido, cuyo asesinato la PGR insiste en que fue un suicidio, aunque todas las evidencias apuntan al asesinato.
Regina pues, no fue asesinada por motivos pasionales o personales, como se nos ha querido hacer creer.
Desde mi punto de vista, tanto el asesinato de Regina Martínez como la persecución y las amenazas que motivaron el exilio de Ana Lilia Pérez están relacionados con un periodismo revelador, de investigación meticulosa, un periodismo que pone luz sobre las opacidades.
Y si en México hoy las mujeres están siendo perseguidas, amenazadas de muerte y asesinadas es porque son ellas las que están haciendo el mejor periodismo, el que necesita nuestro país para que abramos todos los ojos de quiénes son los que nos gobiernan y qué hacen con nuestro patrimonio y nuestros impuestos.
Viene a mi cabeza también el caso de Anabel Hernández, otra de las reporteras que aparecen en mi libro Ellas, Tecleando su Historia. Anabel es autora de las dos obras periodísticas de mayor venta en México: México Narco y México en Llamas, El legado de Calderón. Pues bien, por ellos
Anabel está siendo acosada y perseguida. Desde hace más de dos años ella y sus hijos viven con escolta, Anabel colabora para Proceso, cuidando mucho sus pasos. En este asunto tampoco son las bandas de narcotráfico las que la amenazan. No. Son los delincuentes de cuello blanco, los funcionarios que no resisten que Anabel ventile sus corruptelas y vidas poco presentables.
Ana Lilia y Anabel son dos de esas nuevas exponentes de un periodismo que deja huella, que debe ser leído por quien quiera saber realmente qué está pasando en México y por qué no podrá avanzar mientras no acabemos con la corrupción que nos ahoga en todos los ámbitos.
El periodismo de estas dos jóvenes bebió del realizado por otras mujeres que, desde los años setenta, vienen pisando fuerte en las redacciones de los diarios y que creció a finales de los años ochenta y noventa con periodistas como Sara Lovera, quien días después del terremoto de 1985 en México, investigó y mostró el estado de casi esclavitud en que trabajaban cientos de mujeres costureras que murieron aplastadas por lozas de cemento en edificios del centro de la ciudad. Sin prestaciones ni salarios dignos, laboraban a horas tan tempranas como aquella de las 7.19 de esa mañana de septiembre del 85, que destruyó una parte de la ciudad de México.
O el de la reportera Blanche Petrich quien desde La Jornada documentó con pruebas de médico forense (quien luego sería despedido), que en febrero del 2007, la indígena de Zongolica, Ernestina Ascencio, sí fue violada y asesinada por militares del Ejército que dizque “vigilaban” la zona. O Beatriz Pereyra, la única reportera de Deportes que mirando más allá de la farándula del deporte, documentó para y dio a conocer en la revista Proceso que un profesor de natación y clavados, entrenador de jovencitas talentosas, cometió abusos sexuales contra algunas de sus pupilas.
Este periodismo, del que algunos lectores prefieren no enterarse porque deja mal sabor de boca y no es divertido como el de espectáculos, es el que están haciendo decenas de mujeres hoy en México. Y es éste del que doy testimonio en mi libro a través de la voz de catorce grandes periodistas, la mayoría de las cuales en algún momento de su vida han sido demandadas, perseguidas o amenazadas de muerte.
La tarea en mi libro, ELLAS TECLEANDO SU HISTORIA, no sólo era darle voz a esas colegas, también era decirle al lector. Pongan atención: hoy las mujeres hacen un gran periodismo, el que México necesita. Y, por lo mismo, están en la mira de aquellos que piensan que es más cómodo y más efectivo silenciar a estas mensajeras.
Pero también las mujeres que ejercemos este oficio necesitamos que los órganos de protección a periodistas realmente cumplan con su deber. Existe la Fiscalía Especial para la Protección de los Periodistas y la Libertad de Expresión que, hasta hoy, ningún resultado convincente ha dado en torno al asesinato de Regina Martínez, y tampoco protegió a Ana Lilia Pérez, tan no la protegió que tuvo que dejar el país para salvar su vida. Como tampoco ha garantizado la tranquilidad de Anabel Hernández. Ni garantiza que pueda realizar su tarea sin que su vida corra riesgos. Con excepción de Proceso, que no ha quitado el dedo del renglón en torno a las investigaciones del caso Regina Martínez, el resto de medios desprotegen a sus periodistas, los lanzan a su suerte y, en el peor de los casos, que es el de las reporteras de diarios locales que cubren el narcotráfico o la fuente policiaca, se las envía a la guerra sin fusil, es decir, sin un buen equipo de comunicación y a veces sin dinero para viáticos y hospedaje. En este México 2013, siglo XXI, sí hay diferencias en el trato entre reporteros y reporteras. Ellas sí ganan menos que los hombres, sí trabajan más que ellos, sí están más desprotegidas que ellos. Y, sí, hacen, sin duda, el periodismo de alto riesgo que necesita el país.
Así que, mientras las diferencias de género en el terreno del periodismo no se subsanen, mientras colegas brillantes como Ana Lilia sigan siendo abandonadas a su suerte en el silencio cómplice de los gobernantes en turno, poco tenemos que celebrar las mujeres periodistas de México este 8 de Marzo.
Texto que leyó el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, en el marco de la reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa, donde habló de la situación de Ana Lilia, y de la desigualdad y desprotección que vive la mujer periodista con respecto a los varones.
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