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Mi tutora de inglés, su esposo y Julian Assange
Por Esther Vargas
Publicado el 25 de julio del 2011
A comienzos de diciembre de 2010 mi tutora de inglés, Patty Lowy, se disculpó conmigo. “No podremos tener clases la semana entrante”, dijo. “Nos vamos a pasar navidades en Inglaterra con Julian Assange”.
Por supuesto que me quedé mirándola con cara de incrédulo, pero Patty no bromeaba. Su esposo trabaja en una conocida editorial y viajaba a discutir los términos de una eventual autobiografía de Assange, quien estaba por de iniciar un régimen de prisión domiciliara por las acusaciones de abuso sexual que penden sobre él.
Ambos, Patty y su marido –de quien prefiero no dar más señas por ahora–, en efecto viajaron y pasaron unos días “interesantes” con Assange, como luego me contaría ella. Lo que se necesitaba en realidad para la “autobiografía” eran horas de entrevistas con Assange y un “negro literario”, como se le dice en Latinoamérica, un escritor en las sombras para transcribir y redactar los textos. Necesitaban también manos para apoyar estas labores, me dijo Patty, y por supuesto que ofrecí las mías, proponiendo además algunas ideas online. Ahora, escribiendo esta columna desde Miami, suspiro recordando que mis ofrecimientos no fueron aceptados.
Patty y su esposo fueron, sin embargo, de las más encantadoras personas que conocí en Nueva York, y el apoyo de ambos fue esencial para poder salir adelante. Ella, profesora graduada del Teacher’s College (Facultad de Educación) de Columbia, tenía una paciencia y dedicación envidiables para corregir las barrabasadas de mis textos anglosajones. Le gustaba mi estilo en inglés, pero me hizo notar mi problema con las preposiciones y con mi tendencia a traducir literalmente ciertos “trucos” de la redacción en castellano.
Esos trucos no funcionan en inglés.
Cada vez que tuve un texto listo, se lo enviaba, y ella lo imprimía por su cuenta para traerlo lleno de correcciones; yo luego volvía a redactar el texto incorporando sus comentarios. Varias otras veces Patty Lowy me corrigió ensayos y postulaciones diversas a becas, prácticas y concursos con igual esmero y cariño. Su aporte fue también decisivo para las revisiones finales de mi tesis de maestría.
A Patty le gustaba tratar con estudiantes internacionales; era tutora además de compañeros queridos como María Constanza “Conz” Preti, de Argentina (la tuitera más famosa de su país y toda una celebridad online, búsquenla como @conz) y Huini Coo, de China.
Una vez Patty y su esposo nos invitaron cenar en la casa de ambos en una noche de nieve; con hijos ya viviendo fuera, la pareja nos trataba con un afecto destinado a temporales hijos de reemplazo. El hogar queda lejos de Manhattan: debimos tomar un costoso tren y ellos mismos debían recogernos en automóvil desde la estación para llevarnos colina arriba.
Abundando en recuerdos culinarios, a ambos les encantaban mis historias de Perú, y en mis últimos días neoyorkinos fuimos a comer a Panca, mi restorán favorito de comida peruana. Ellos mismos se quedarían fascinados con el lomo saltado del inigualable Emmanuel Piqueras.
Pero obvio, yo no tenía dinero para pagar una tutora de lujo como Patty. Ni lo tuve, ni lo tengo.
Para poder estudiar periodismo en Columbia no se necesita dar el examen GRE ni el GMAT. Se requiere a cambio un nivel en TOEFL de 114, que es bastante alto. Cuando recibí mis resultados y vi que saqué 113 entré en trompo. “¡Lo puedo dar de nuevo!”, le ofrecí desesperado a la oficial de admisiones, Christine Souders. “No te preocupes”, me respondió ella.
Ya entrado en clases, Reportaje y Escritura 1 (Reporting and Writing 1, más conocido como RW1) me estaba haciendo sufrir bastante. Yo aprendí el inglés de manera bastante espontánea, nunca estuve en institutos salvo para enseñarlo, años después. Mis clases de inglés las tuve en el colegio –cuyo fuerte no era la enseñanza de idiomas– y en algunos cursos extra que daban cuando terminaban las clases. Estudié traducción e interpretación, pero mis idiomas fueron el francés y el alemán.
¿Cómo aprendí inglés? Música, películas, libros, revistas. Lo juro, es posible.
Pero para RW1 teníamos que reportear historias semanalmente y presentar un pitch (resumen desarrollado de la historia con mayor potencial) cada jueves y tener la historia lista el martes antes de clases, a las 9am., en perfecto inglés.
Una mañana recibí la llamada.
-¿Hablo con Sandro?
-¿Sí?
-Soy Patty Lowy, tu tutora de inglés.
-Ah… ¿sí? Oh, muy bien… ¿cuándo comenzamos?
Así nos conocimos. Supongo que las gestiones las hizo Mirta Ojito, mi profesora de RW1, pues ella misma me preguntó qué tal me iba con “tu tutora”. Lástima, pensé, no se conocen, Mirta solo pidió que se me asigne una tutora, pero no sabe nada de Patty. Intenté juntarlas varias veces y nunca fue posible, las agendas nunca coincidieron. Solo puedo dar fe de la mutua admiración que una sentía por el trabajo de la otra.
En noviembre de 2010, Jonathan Franzen estaba causando alboroto en el mundo literario con su libro Freedom, que lideraba las listas del New York Times, y le confesé a Patty que estaba interesado en leerlo. Pero el libro estaba casi 30 dólares, que no me sobraban. Y otra excelente catedrática, Karen Stabiner –profesora asistente de Mirta en mi RW1–, me recomendó en lugar de Freedom, el libro anterior a ése, The Confessions.
Cuando le comenté a Patty de mi interés en Franzen, me dijo “¿sabes qué editorial es?” y tomó nota del libro. Antes de irse a ver a Assange, en nuestra última clase de 2010, traería The Confessions para mí, como un gentil detalle obtenido por gestiones de su esposo.
Para Sandro, de tu tutora de inglés, con afecto –Patricia, dice la dedicatoria.
Publicado por:
Esther Vargas
Periodista. Directora de Clases de Periodismo y La Ruta del Café Peruano. Consultora en Social Media. Editora web del diario Perú21 del grupo El Comercio de Perú. Especialista en periodismo digital, comunicación digital y social media.
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